1. Freddie

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 Tiene la mirada clavada sobre mí como si una fuerza magnética nos conectara de forma involuntaria, como si quisiera lanzar un conjuro o echarme algún tipo de maldición. Es cierto que tampoco puedo quitarle los ojos de encima y pienso que tal vez, ese es mi maleficio, contemplarla para siempre. Su mirar es frío. Esos faroles azules que lleva puestos no me sugieren nada en absoluto. Sin embargo, sigue observándome sin parpadear bajo ninguna circunstancia. Su cabello dorado flamea por el viento, y aunque tiene un mechón de pelo interrumpiendo su vista, no se mueve. Está completamente estática.

Hasta que le clavo la punta del pincel en el ojo.

La tela de la que está formado el cuadro se rompe permitiéndome ver a través de ese globo ocular de pintura que acabo de apuñalar. Cuando un proyecto no resulta como imagino, termino por acuchillar el lienzo.

"Asesinar la obra" le llamo.

Me reclino en la silla de madera en la que estoy sentado mientras exhalo todo el aire que tengo dentro de los pulmones. Ojeo nuevamente el cuadro decorado con óleo. Lo odio. No me gusta. Pateo el caballete y cae al piso dejando algunas manchas de colores en él, cuando la voz de Bad Bunny irrumpe en mi mente y resuena en todo el departamento. El volumen es tan alto que mis pies tiemblan en el piso. Insulto en mi mente a los vecinos de abajo y trato de continuar pero no puedo.

El conejo se ha robado toda mi inspiración.

Me resigno a no hacer nada.

No puedo quejarme. Es sábado y noches como estas son ideales para juntarse con amigos, el calor de verano se siente bien en nuestras pieles y el alcohol abunda en esta ciudad. Bajo los ojos de los demás, para tener veintitrés años llevo una vida bastante aburrida, sin embargo, a mí no me molesta pasar una hermosa noche como esta escribiendo, pintando o leyendo uno de esos libros que recomiendan en los blogs.

La vida me parece demasiado corta para corresponder a deseos ajenos. Hace tiempo aprendí a cumplir mis propios caprichos sin importar lo que digan los demás, tampoco mi familia porque nadie vivirá por mí, ni siquiera ellos. La existencia humana es tan efímera como un suspiro enamoradizo. Aún así, poseído por la música, se instala en mi cabeza la idea de unirme a ellos. No a ellos en particular, sino salir por mi cuenta.

Tomo mis gafas oscuras del escritorio y salgo hacia la calle. Sé que la luna ha salido y que reina la oscuridad y poco me importa lo que la gente opina de mí al verme con gafas cuando el sol se ha ido. Bajo las escaleras dando saltos y cuando llego al piso ruidoso, noto el sonido aún más fuerte. El pasillo está repleto de personas ebrias, otros fuman marihuana. Están descontrolados. Arrugo la nariz al pasar por allí hasta por fin llegar a la calle.

El distrito es interesante. A estas horas los turistas suelen salir a pasear para apreciar las construcciones que se han hecho últimamente y los carteles luminosos que abarrotan la ciudad. Pasean por las avenidas principales, disfrutan de sus heladerías favoritas y se adentran en sitios un poco dudosos como al que me dirijo ahora mismo.

Camino hasta el lugar de siempre. Desde lejos comienzo a ver el letrero rojo neón que lleva el sitio, incluso desde el balcón de mi casa puedo verlo. Es un dragón gigante que escupe fuego y destella colores rojos y verdes. «Dragon club» pone. Se trata del antro que visito con regularidad, y no porque me guste o pasen buena música, sino porque mi mejor amigo Anthony trabaja ahí.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora