20. Freddie

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Me cuelo sigilosamente por la ventana intentando hacer el menor ruido posible pero sé que ya me ha visto porque antes que mis pies toquen el suelo, suelta un grito agudo que me hiela la sangre. Rápidamente, pongo una mano sobre su boca tratando de calmarla pero parece querer morderme.

—Cálmate, soy yo— susurro—¿Están tus padres?

Mi intención no era asustarla, incomodarla, ni mucho menos, solo necesitaba verla porque temía olvidar los detalles distinguidos de su rostro, temía olvidar el aroma que desprende su cuerpo, su aliento, su voz. Con los ojos bien abiertos de sorpresa, finalmente parece reconocer mi rostro y empieza a relajarse bajo mi mano.

—Freddie, maldita sea—se ahoga— Han salido.

—Y yo rompiéndome las piernas por nada.

— ¿Qué crees que haces? Apestas a alcohol.

—Tú apestas a alcohol, sinvergüenza. ¿Cuánto bebiste?

—¿Qué te importa? ¿Qué quieres?

—Me busca la policía—digo con una sonrisa en los labios—. Estás preciosa.

Estoy tan feliz de tenerla enfrente, observarla, apreciarla, oler el aroma de su cabello, saborearla con los ojos.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Por qué? Porque has nacido así, preciosa. No tienes remedio.

—Estoy preguntando por qué te persiguen los oficiales. ¿Qué has hecho?

Me dejo caer al suelo con la espalda apoyada en la pared y ella copia mi acto. Mis piernas tiemblan y no logro mantenerme en pie gracias al alcohol y el cansancio. He corrido un tramo demasiado largo para llegar hasta aquí.

—Visité un bar con Tony y unos idiotas quisieron iniciar una pelea. Respondimos, por supuesto.

Ella hace rodar los ojos. Hasta el blanco de sus globos oculares me enloquecen. Se trata de un blanco que los artistas buscamos con frecuencia, un color puro, perfecto, limpio e inocente.

—¿Dónde está Tony?

—Ha de estar oculto en alguna parte. Es como una rata, se esconde en cualquier agujero.

—Debes irte. No te esconderás de la policía en mi casa.

Hago oídos sordos a sus palabras, me arrojo sobre su cama y eso parece enfadarla aún más. Lo que no sabe es que se ve más hermosa aún con ese ceño fruncido.

—Me quedaré aquí hasta que dejen de buscarme.

—No, Freddie. Quiero que te vayas.

El collar en su cuello se tambalea sobre su pecho. Se lo ha puesto. Después de todo, lo ha aceptado.

—¿Te ha gustado el collar?—está a punto de quitárselo pero se lo impido—. Perdóname por ser un imbécil, Venus. A veces hago cosas que me hacen odiarme a mí mismo.

—No, tú tienes razón, no somos nada. No hay razón para enojarse.

—Somos algo. Tú sabes que entre nosotros hay algo y ese algo no lo siento con nadie más—Ella voltea hacia la ventana. Ni siquiera quiere verme a los ojos—. Aunque me haya acostado con esa chica, no es lo mismo, no se compara contigo y me odio por cagarla tanto. Me he enamorado tan desquiciadamente de ti que inconscientemente te he otorgado el poder de romper mi corazón. Si quieres puedes matarme con tan solo ignorarme. ¿Lo entiendes? A esta altura del partido hay tanto tuyo en mí que creo jamás poder arrancarte—la tomo de los hombros y la obligo a verme a la cara—. Responde lo que sea, no me importa si salgo lastimado. Por favor, me estás torturando.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora