16. Freddie

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A veces creo que el principio que nos persigue y atormenta no forma parte de mi pasado, sino de mi presente y que probablemente terminará siendo también mi futuro. Porque hay situaciones que no puedes olvidar, porque algunos acontecimientos te han marcado tanto, incluso literalmente, que no puedes evitar traer de vuelta esos recuerdos al presente. Se meten ahí, en tu día a día como cuando estás leyendo un libro o lavando los platos, de repente disocias de la realidad y viajas a esos días turbulentos, desapareces del presente. Y debes sobrevivir con ellos en tu cabeza dando volteretas las veinticuatro horas hasta que, luego de dar batalla, te quedas dormido aunque a veces te dejas vencer.

Hablar sobre el principio me obliga a revivirlo una y otra vez y, aunque siento como mis ojos arden luchando por contener las lágrimas que se asoman lentamente, no puedo permitirme derramar ni siquiera una. En realidad no es que no quiera, no puedo hacerlo. Hace tiempo que me es imposible llorar. Mi yo de diecisiete años ha agotado todas las lágrimas en aquellas noches de oscuridad.

—Eras tan pequeño—habla Venus, con la voz rota y siento sus brazos alrededor de mí.

Como si fuera un erizo aterrado por experiencias traumáticas pasadas, guardo mis espinas y me dejo cubrir por sus brazos delgados y mis ojos se cierran por inercia. Como si su cuerpo fuera una máquina del tiempo, retrocedo al pasado, anterior al principio. Tengo seis años y estoy recostado sobre el pecho de mi madre en una noche de tormenta mientras estrujo la pata de mi peluche con forma de dinosaurio porque tengo miedo, porque me encuentro indefenso, porque estoy tan solo.

El fuerte latido de su corazón me saca del trance en el que me ha introducido. Su pecho sube y baja. Está alterada y llorando.

—Hey, no llores—digo entre sonrisas cortadas.

No esperaba que mi historia la hiciera llorar.

—Es que eras tan pequeño. También Tony.

Rompe en llanto.

Acomodo su mentón en mi mano y siento como algo puntiagudo atraviesa mi pecho. No comprendo esta sensación. La única vez que la he experimentado fue el día que vi llorar a mi abuela cuando enterraron a mi madre y cuando mi abuelo partió. El vacío que se forma en mi pecho parece ser cada vez más grande hasta parecerse a un hoyo que quiere devorar mi corazón. Luego, después de un tiempo, descubrí que no soportaba verla llorar. No tolero ver lágrimas en otro ser humano porque me conmueve tan desmesuradamente que me invitan a soltar las mías también.

—Basta—susurro y seco sus lágrimas logrando que se detenga.

—Estoy segura de que no quiso decir eso.

―¿Qué?

―Que te volvería a disparar incluso sabiendo que eras tú.

—Lo dijo en serio. Debías haber visto su cara de ... odio, su mirada despiadada.

—Perdón por no haber estado antes para ti.

Esta chica me está destruyendo.

—¿Cómo lo hubieras sabido y qué hubieras hecho tú al respecto? En ese entonces eras más pequeña que yo. Lo sigues siendo.

Busca mi boca con desesperación y une nuestros labios de una forma frenética que me impacta. Logra poner mis pelos de punta y me hace temblar el alma. Mi mente me ruega que me aleje para no caer en la trampa pero mi corazón no le ha explicado que he caído hace tiempo. Sus manos acarician mi cuello, me quita la parte de arriba de la bata buscando mi espalda hasta que llega a ella. Cierro los ojos con fuerza cuando encuentra las cicatrices tatuadas con fuego.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora