23. Venus

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La abuela de Freddie me pasea por una habitación donde lo único que la adorna son libros. Miles y miles de libros. ¡Este es el paraíso! Cualquier lector se volvería loco aquí dentro. Algunos ejemplares están acomodados en estantes, otros sobre el escritorio y algunos en el suelo, pero lo que más llama mi atención es una pequeña repisa alejada de todo lo demás donde hay tres libros. Son los que ha escrito su nieto.

―Soy su mayor fan―dice su abuela junto a mí―. Están todos firmados por él, por supuesto.

Toma una de sus obras y acaricia el lomo sacándole un poco de polvo.

―Cree que puede sobrevivir solo en este mundo, sin apoyo de nadie pero en el fondo sabe que necesita alguien a su lado. Por favor, no le rompas el corazón. Ya lo tiene muy malherido.

―Tranquila, no tengo la intención de hacerle daño. Se ha convertido en alguien muy especial para mí.

Me regala una amable sonrisa y las arrugas de su rostro se estiran delicadamente. Los pasos de los chicos se acercan y rompen la magia cuando llegan a la sala.

―Abuela, nos vamos―anuncia Freddie.

―¿A dónde?

―A buscar un hotel.

Susan se toma su tiempo para llegar a su nieto y luego lo golpea en el brazo. Freddie finge un grito de dolor.

―Sabes que hay habitaciones de sobra.

―No queremos molestarte.

―Busquen un hotel si quieren, yo me quedaré con la abuela―anuncia Tony abrazando a Susan por detrás.

Bajo las tiernas amenazas e insistencia de la abuela, buscamos nuestras pertenencias y las llevamos a las habitaciones.

―Dormiremos en mi cuarto.

La antigua habitación de Fredide es una completa locura. Es como si al cruzar el marco de la puerta color verde limón hubiéramos viajado al pasado. Hay una cama demasiado gigantesca para un niño pequeño, las paredes blancas están decoradas con polaroids de fotografías familiares, de ojos coloridos y pupilas de diferentes tamaños e imágenes profesionales que probablemente le regaló su abuelo. También hay dibujos hechos a mano de dinosaurios, algunos horriblemente pintados y otros mejorados con el paso del tiempo. Una gran columna de libros de dinos están acomodados en una esquina. Hay juguetes echados en la alfombra azul como si el fantasma del niño que alguna vez fue Freddie Cook aún siguiera jugando con ellos de vez en cuando, pintando, dibujando o leyendo. Su esencia sigue aquí.

Me sorprende como su abuela ha conservado a la perfección este lugar.

―Debes ser un experto en dinosaurios.

―Algo así―contesta sacando su computador de un bolso negro.

―¿Cuál es tu favorito?

―El brontosaurus, el del cuello largo.

Me arrojo sobre su cama y me percato del edredón verde cubierto de Tiranosaurios rex de color rojo chillón. Él parece no prestar atención a lo que hago, apoya el dispositivo sobre un pequeño escritorio sobre el que hay lápices, hojas y bolígrafos y comienza a teclear con euforia en sus dedos.

―¿Escribirás?

―Sí.

Su fría y monosílaba respuesta me recuerda a los días en los que lo conocí, cuando parecía no querer tenerme cerca y ser una molestia.

―¿Me cuentas un poco de qué va la historia?

―No. Haz silencio.

Ese es él escribiendo.

Ese es Freddie metido completamente en su trabajo.

Jamás lo había visto así de serio y concentrado, excepto cuando me retrató por primera vez. No quiero entrometerme en sus asuntos, sé que los escritores son personas solitarias y necesitan de la soledad tanto como su imaginación para sobrevivir. Cierro la boca y lo contemplo. Se encorva de a poco a medida que su mente se va introduciendo más y más en las palabras que teje como telarañas. Lee lo que lleva escrito, se acomoda en la silla, resopla, sonríe al releer los diálogos que se inventa entre los personajes, frunce el ceño, refriega su rostro. Sufre por su arte.

Parece acalorarse así que se quita su camiseta. Expone sus heridas de bala ante mis ojos sin ningún pudor. Quiero acariciarlas, necesito sanarlas aunque ya están cicatrizadas. En realidad, me urge sanarlo a él, a ese niño introvertido amante de los dinosaurios, de las letras, los ojos y el arte.

Solo es un niño en un cuerpo de adulto y de alguna manera, ese pequeño, me enseña que mostrar mis imperfecciones no está tan mal.

El sueño termina por vencerme pero despierto de a ratos para comprobar que sigue escribiendo, ahora junto a mí en la cama. Chequeo la hora en la pantalla de su laptop.

―¿No duermes nunca?

―A veces.

―¿De qué trata? ―insisto.

―De ti, de mí, de nosotros―contesta tecleando a la velocidad de la luz como si lo que acaba de decir lo hubiera dicho para sus adentros.

Sonrío al ver sus dedos escurridizos.

―Siempre quise ser un personaje de ficción.

Me acomodo sobre su hombro observando con detenimiento lo que escribe pero lo hace tan rápido que no me da tiempo a leer todo. Solo noto que es el capítulo veintitrés de su libro y como sigue frunciendo el ceño buscando las palabras correctas. Por momentos pide ayuda con los sinónimos.

Despierto por la mañana con el sol ingresando por la ventana y volteo a verlo esperando encontrarlo dormido de una vez. Está recostado sobre el respaldo de la cama con una libreta negra sobre su estómago plano.

Pongámosle vida a nuestro amor.

Sonrío acariciando su pecho. Deslizo mis dedos lentamente sobre su piel mientras estudio nuevamente el lugar donde estoy. Están todos sus juguetes, toda su infancia concentrada en este cuarto. Es solo un niño que no ha terminado de sanar.

Desvío mi atención cuando abre los ojos y aprieta mi mano.

―Hola, ojos bonitos.

―Hola―ladeo la cabeza.

Juguetea con mi cabello sin apartar la vista de mí y le correspondo la mirada. Sus ojos son hipnóticos, una vez que te atrapan en ese espiral de menta y hierbas no puedes salirte tan fácil. Tony me facilita el trabajo cuando llama a la puerta del otro lado.

―La abuela hizo galletas para desayunar. Los esperamos en la cocina, tórtolos.

―Debemos ir o la abuela misma vendrá a buscarnos―clama Freddie plantando un delicado beso en mis labios.

Son las mejores galletas de fresa que he probado y es que las abuelas cuentan con las mejores recetas. Charlamos sobre las noticias y los eventos trágicos que informan en la radio mientras Freddie parece no prestar atención. Mira algo en su teléfono que lo hace fruncir el ceño, suelta la galleta y se acerca aún más al móvil como si tenerlo así de cerca pudiera entender mejor el mensaje o lo que sea que está viendo.



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Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora