30. Freddie

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***

Despierto en la incómoda camilla del hospital y me demoro unos segundos en darme cuenta de dónde estoy.

Mi cuerpo está dolorido y mi cabeza latiendo a un ritmo que me desespera. El sonido constante de las máquinas a mi alrededor llena la habitación, el olor a desinfectante se cierne en el aire que apenas ingresa en mis pulmones. Cierro los ojos por un momento, tratando de recordar cómo llegué aquí y todo lo que ha pasado, intento saber cuántos días llevo recostado en esta cama. Entonces, como un relámpago, los recuerdos de esa noche en Dragon Club comienzan a inundar mi atormentada mente.

Veo en mi cabeza el rostro de mi padre disparándome en mi cuarto, sus ojos llenos de rabia, y luego el impacto que me derribó. Las armas siempre me llevan al principio y al abrir los ojos y deslizarlos hasta el rincón, me encuentro con el presente y el cuerpo estático de mi padre junto a la ventana. De las pocas personas que esperaba ver aquí, él no era una de ellas. Pero hago silencio mientras lo observo soltar su aliento sobre el vidrio, a pesar de su enojo, sé que en el fondo de su corazón todavía se preocupa por mí, de lo contrario no estaría aquí. Sin embargo, saber que aún lleva consigo ese sentimiento de paternidad me llena de consuelo.

Me acomodo en la cama y voltea hacia mí. Su mirada está desbordada de cariño y alegría, como si hubiera estado esperando este momento durante mucho tiempo. Me resulta extraño verlo junto a mí sin su aspecto de pocos amigos.

—Hijo, ¿cómo te sientes?

Hijo. Hace cuánto tiempo no me llama de esa forma. Siento una oleada de extraña emoción y confusión. Así me decía en otros tiempos, cuando la relación que teníamos antes de que aparecieran las tensiones era de las más agradables. ¿Era necesario estar al borde de la muerte para recibir ese trato? Limpia una lágrima que corre por su mejilla y yo no puedo quitarle la mirada de encima. ¿Será real ese sentimiento que lo consume?

—Ya te quitaron la bala. Los médicos dijeron que no era grave pero cuando tu novia se contactó conmigo, yo casi...

—¿Dónde está ella?

—Fue a ducharse. Estuvo aquí todo el día.

—¿Y Tony?

—No lo sé. Venus lo vió ayer y luego no volvió a verlo.

—Espero que no haya hecho una estupidez.

Observo mi hombro vendado. Ni siquiera supe donde estaba ubicada la herida.

—Eres a prueba de balas.

Definitivamente mi padre tiene un humor negro bastante extraño pero eso no impide que ría con él. No esperaba ese comentario en absoluto. La tensión que antes llenaba la habitación ahora comienza a disiparse. Su carcajada nerviosa y la mía se unen. Es un momento mágico e insólito en el que la risa se convierte en un puente que une los años de distancia y las diferencias que hemos tenido. A medida que compartimos estas risotadas, siento que estamos redescubriendo la complicidad. Mientras me acomodo en la incómoda camilla, mi mirada se posa en un detalle inusual en la habitación. Allí, en una esquina, veo un globo inflado con helio con forma de dinosaurio, similar a los que solía adorar en mi infancia. Una sonrisa involuntaria cruza mi rostro al recordar esos tiempos más simples y felices. El globo me transporta de vuelta a esos días cuando la vida no era tan complicada como ahora.

—¿Y eso?

—¿Recuerdas cuando eras niño y te dio esa fiebre que ningún doctor podía controlar? Cuando viste el globo de dinosaurio tu ánimo cambió y te recuperaste.

—Bueno, ya no soy un niño.

—Me encantaría que lo fueras para volver a empezar y enmendar todo.

Noto sinceridad en sus ojos, un sentimiento que no veía hace tiempo en él. Pero los pasos apresurados que se acercan al cuarto me distraen de mis pensamientos y no puedo pensar una respuesta a ese hombre que tengo enfrente, y antes de que pueda entender lo que está sucediendo, Tony entra corriendo a la habitación casi sin aliento y con unas ojeras más grandes que las mías.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora