15. El principio

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Por la gracia de tu amor.

Hace seis años atrás...


La discusión siempre había sido la misma.

Suponía que los vecinos conocían nuestros monólogos y guiones de memoria. En varias ocasiones, cuando me encontraba tendido y tranquilo en mi cama, pensaba en ellos y se me hacía la idea de que tal vez, creían que filmábamos una película. Siempre usábamos las mismas palabras, los mismos términos e ideas, los mismos insultos y la mayoría de las veces, la pelea terminaba con un fuerte azote en la puerta.

«Desde que tu abuelo murió no haces nada.» «¿Por qué dejaste la carrera? ¿De qué vivirás?» «No sirves para nada.» «Escribir cuentos y pintar ojos no te alimentará.» «No puedes seguir viviendo de sueños.»

Esas eran algunas de todas las frases que decía mi padre cuando había cumplido los diecisiete años y aún estaba en casa intentando dar en el clavo con mi escritura y mis pinturas. Hay palabras que prefiero simplemente no recordar. La realidad es que nunca quise ser abogado, incluso la idea de abrir un libro de leyes me aterrorizaba hasta el núcleo de mi alma. Y él lo sabía pero deseaba que su hijo fuera como él, que siguiera sus pasos y se convirtiera en un abogado de renombre pero no entendía que su niño no quería vivir su vida. Necesitaba vivir la mía y lo único que anhelaba en ese momento era que él creyera en mí o al menos fingiera hacerlo.

Yo sabía que sería un artista.

Lo deseaba con tanta fuerza que a veces creía ya haber publicado mis ideas. Tenía en claro que si quería triunfar, debía dedicar mi vida entera a lo que deseaba así que jamás volví a la universidad. Pasaba trece horas frente al ordenador escribiendo mis historias o empapándome de pintura. Eso hacía ese día. Ese maldito día en el que mi padre entró por la puerta de mi habitación y encontró a un niño de diecisiete años feliz y realizado porque había terminado un cuadro que le costó varios días de trabajo. La Venus de Milo.

Por la mañana no hubiera imaginado que ese mismo día a la madrugada me encontraría vagando en las calles humildes de la ciudad con un bolso negro colgado al hombro. Mi padre me había echado de casa y lo único que pude sacar de mi cuarto fue ese cuadro y unos cuantos billetes que ya tenía en el bolsillo de mi pantalón.

Yo no lo entendía.

El frío calaba el hueso y me provocaba escalofríos interminables. Un temblor tras otro y lo padeces aún más cuando lo único que llevas puesto es una camiseta sin mangas y un pantalón liviano. Pero era lo único que tenía.

Me habían corrido de casa. A mis diecisiete años, luego de una fuerte discusión con mi padre sobre que haría de mi vida y en un ataque de locura y furia violenta, me había dejado en la calle y no tenía a dónde ir. Quizás mi padre tuvo sus motivos, quizás fue demasiado cruel o tal vez estaba harto de la situación y no supo manejarlo de otra manera. No lo sé. Pero dolió. Lastimó como mil agujas clavándose en mi pecho, una por una y con una gran hazaña. Jamás lo creí capaz de tomar esa decisión pero finalmente lo que siempre temí, sucedió. Cumplió con su promesa.

La noche de El principio, caminaba dando pasos largos pateando alguna que otra piedra que se atravesaba en mi camino hasta que oí los gritos. Cerca de donde me encontraba parado se estaba dando un verdadero espectáculo. Un chico que parecía de mi edad con la ropa completamente empapada de lodo y una gorra gris topo colocada hacia atrás, forcejeaba con el dueño de un local de bebidas alcohólicas. Disputaban quién debía quedarse con la botella.

―¡Devuelve la botella o llamo a la policía, Anthony!

―¡Te pagaré la semana próxima!―gritaba el otro.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora