6. Cambio de planes

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La hora de la siesta se pasó al toque, tanto así que me sentí cayendo en un cielo despejado antes de abrir los ojos y volver a la realidad. 

Las hermanas Ferrer lucían ropa cómoda, la cual me hizo ver que iba demasiado arreglada incluso como para estar entre casa, por lo que traté de imitar ese estilo en lo que quedara del día. 

Sin molestarme en peinarme o en ver en qué andaban mis roomies, me dirigí a la cocina y me preparé una taza de café para seguir con mi lectura de El Duque y Yo, aunque luego de leer infinitas veces a la autora recalcando el tono azul de los ojos del duque de Hastings, cerré el bendito libro de golpe y lo tiré sobre la cama. 

Me reprendí por no llevar también parte de mi colección de Agatha Christie en la maleta, y por decidir que esperaría a que esa, junto con el resto de mis libros, llegaran por envío al extranjero dentro de algunas semanas más. 

¿Pero cómo diantres iba yo a saber que me toparía con un chico que tendría exactamente ese tono de ojos con los que cualquier mujer sueña? ¿De esos que tan solo se describen en los libros de romance? 

Ok, definitivamente había leído demasiadas novelas de romance como para pensar así de un tono de ojos que era común en cualquier otra parte del mundo que no fuera mi terruño y algunos de sus vecinos. 

Para ser sincera, una parte pequeña de mí sabía que otro motivo para ir a Barcelona era encontrar a esa persona especial, porque en casa nadie me había dado bola*, salvo por algún vecino que yo terminaba viendo como amigo, a costa de un par de lágrimas de parte del pobre tipo, y de no volver a toparme con otro, al haber estudiado en un colegio de mujeres y encima, religioso. 

Quizás por eso hasta ahora no tenía novio.

¡Es que ninguno era Mr. Darcy, ni ninguno de los hermanos Bridgerton, ni Michael Stirling! Por Dios, ¡ninguno era tan siquiera serio, para empezar!

Además, sentía que muchas chicas en el colegio eran mucho más lindas que yo, y a ellas los chicos de los colegios les hacían más caso que a mí.

Claro, yo siempre había sido la nerd que prefería leer libros clásicos a los que estaban de moda, o a la que escuchaba a Taylor Swift mientras escribía en su diario o algún cuento trillado cuando las demás preferían hacer Tik Toks bailando canciones con letra bastante grosera y sugestiva.

En realidad, sí me gustaba mucho cómo era, por más que me consideraran rara.

¡Que se jodan! Si no me querían así, era su problema. 

Me enorgullecía por tener esa filosofía de vida en mis años de adolescencia, aunque no lo demostrara.  

Aunque ahora, ¿qué podría hacer mientras esperaba a que llegara la verdadera hora de dormir? 

Casi como si me hubieran leído la mente, las Ferrer entraron a la habitación, muy alegres, y se sentaron a mis costados, como no queriendo dejarme escapar.

—¿Por qué tan alegres? —pregunté.

—Porque luego de la merienda, nos vamos de parranda —respondió Lucía. 

—Ah, genial. Diviértanse. 

Sonreí para mis adentros porque eso significaría que tendría la casa sola y podría pasármela viendo alguna buena serie con canchita*, a falta de mayor variedad en mi biblioteca personal, pero las chicas no dejaron de sonreírme como si tramaran algún plan para que domináramos las tres al mundo. 

—¿Por qué me miran así? —volví a preguntar, ahora nerviosa.

Brenda negó con la cabeza mientras reía divertida.

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora