5. Azul

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El resto del día transcurrió de forma normal, y al menos por un par de horas, pude olvidarme del hecho de que me había chocado con un chico en la Rambla, y que encima, había perdido su cámara por mi culpa.

Vimos la Plaza de Cataluña, la cual me encantó, y fue escenario de varias fotos y selfies con Lucía, quien empezaba a caerme cada vez mejor, y paseamos por las tiendas alrededor del lugar. 

Me pareció tan increíble, igual que en Lima, cómo en varios edificios de aspecto antiguo y elegante podían funcionar tiendas y marcas modernas, como Adidas, agencias de viajes, y hasta Amazon, la famosa tienda online que funcionaba en todo el mundo. 

A pesar de eso, y siendo muy sincera, me sentía dentro de una novela romántica mientras caminaba por esos edificios tan clásicos y elegantes. 

Elizabeth Bennet en Orgullo y Prejuicio, mi heroína clásica favorita, comenzaba a apoderarse de mí, aunque podría mezclarla un poco con alguna de las Bridgerton, otra saga que me fascinaba, aunque hizo que mis expectativas en el amor fueran demasiado altas. 

Seguimos paseando por la ciudad, y cuando nos agarró el almuerzo, Lucía me condujo hasta un local dentro del centro comercial de la zona, llamado El Glop Brasería; de inmediato pensé en un pollo a la brasa, no sabía por qué, quizás por el nombre. 

Y esperaba ese plato, a decir verdad. Qué ilusa. 

Estando en Cataluña, era obvio que tendría que comer comida catalana, aunque no me arrepentí, pues todo estuvo delicioso. A Dios gracias, sí comía la carne.

Y en Argentina comen mucha carne también, ¿no?

Entonces, ese ojiazul de la cámara debe comer bastante de eso. O sea, es del país donde comen asado todo el tiempo. 

Y de donde seguro hay harta cantidad de gente con esos ojos azules, o claros, en realidad.

Aunque quizás nadie tenía ese tono de azul tan único y especial como el de él. ¿Eran azules azules? ¿O una mezcla de azul con verde...?

—¡Julieta! 

La voz de Lucía me sacó del debate interno sobre los ojos del desconocido, y tuve que respirar profundo para olvidar el tema y enfrentar lo que fuera que la chica me quisiera preguntar. 

—¿Qué pasa? —pregunté, en un intento por suplicar que se dirigiera a otro tema.

No me hizo caso.

—Estás bastante distraída, ¿eh? —la curiosidad podía ser aterradora, en especial en una cara traviesa como la de Lucía Ferrer—. ¿Es por el tío de la cámara? 

—¡No, nada que ver! —mentí, pero al parecer mi cara, como siempre, no colaboró en aparentar sinceridad.

—Hostia, tía, que quedaste coladita por él, ¿eh? 

—¿Podemos olvidar ese tema, por favor? —supliqué, porque ahora sentía que me ruborizaba al verme descubierta por mi maldita cara delatora. 

Lucía se encogió de hombros, aunque no parecía dispuesta a dejar de hablar del ojiazul desconocido. 

—Vale, lo que tú digas. 

Me apoyé en los codos y froté mis sienes como siempre que me mareaba en mis pensamientos, o me encontraba en situaciones incómodas.

Pero si esperaba que ese gesto me ayudara a relajarme, me equivoqué: mis ojos se encontraron con el cielo despejado de Barcelona a punto de iniciar el otoño, y volvió a mi cabeza la imagen de ese par de ojos mirándome mientras me levantaba del piso. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora