9. El desconocido se vuelve conocido

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Con todo el lío dentro de la discoteca, y ese intento de corralito* que trató de armar el grupo de las Ferrer, no me había preguntado qué diablos hacía Felipe en ese lugar, porque habiendo cientos de discotecas en Barcelona, una ciudad conocida por su vida nocturna, era muy improbable que coincidiéramos. 

Vamos, era un chico joven, guapo, y tenía todo el aspecto de estar dispuesto a pasar un buen rato en noche de sábado, así que no debía extrañarme que saliera de noche.

Pero, ¿al mismo local que yo? ¿Había ido con amigos? ¿Con su novia? 

Esperemos que la última tenga respuesta negativa. 

Al parecer, fue tal como esperaba, porque ni bien salimos, dos chicos se nos acercaron con aspecto divertido y despreocupado; claramente, estaban más que listos para pasarla bien y, por qué no, gilear* con todas las chicas posibles aprovechando que estaban tan guapos como Felipe.

Repetía la pregunta: ¡¿qué diablos comían para verse tan como dioses griegos?! ¿Podrían pasar el secreto? ¿O sería simplemente genética?

—Che, boludo, ¿qué onda? —saludó el más alto, quien fácil podía medir dos metros, con pinta y porte de ser modelo de pasarela. 

—¿Quién es ella? —preguntó con curiosidad el otro, quien también tenía cabello rizado, pero lo acompañaban unos lindos ojos celestes. 

—Nada muchachos, pero entro más tarde con ustedes al boliche —respondió Felipe, con firmeza tranquila—. Llevaré a Jules a su casa. 

El diminutivo de mi nombre me supo a coro de ángeles cuando él lo dijo. 

—¿Jules? ¿Ese es tu nombre? —preguntó el alto. 

—Me llamo Julieta, pero me dicen Jules —repliqué—. Y ustedes son...

—Perdoná, re pelotudos que somos. Soy Blas —el alto señaló luego al ojiceleste—, y este de acá es Juani.

—¿Juani? ¡Re tierno! —el mencionado sonrió, aunque parecía algo avergonzado, lo que me hizo sentir mal de inmediato, porque a lo mejor le había hecho quedar en ridículo delante de sus amigos—. ¡Perdón, no quise...! 

—No, tranqui, no pasa nada —dijo Juani, y su sonrisa me ayudó a tranquilizarme un poco—. Me dicen Juani porque me llamo Juan Ignacio. 

—Ah, entiendo. Igual, es súper lindo, y te queda, en realidad.

Juani volvió a sonreír ruborizado mientras me agradecía el halago, y ahora quise darme un facepalm por no saber controlar mi lengua. 

Eso era algo que detestaba de mí: soltaba la primera tontería que se me ocurriera para tener algún tema de conversación, o simplemente, porque no sabía qué más decir para romper el hielo o continuar el hilo. 

Me había valido un par de miradas de extrañeza de parte de los compañeros del colegio y algunos familiares, lo cual no me importaba mucho, pues ellos me conocían, pero frente a desconocidos, tenía ganas de que me tragara la tierra.  

—¿Y cómo se conocieron? —preguntó Juani—. ¿Allá en el boliche? 

—La verdad es que nos conocimos en la mañana —respondió Felipe—. Chocamos por accidente en la Rambla.

—¡Ah! Entonces, ¿ella es la famosa chica de la cámara? —preguntó Blas.

Abrí los ojos como platos y me quise derretir: ¿Felipe les había hablado de mí a sus amigos sin siquiera conocerme? ¿Es que sería posible que...? 

No, demasiado pronto.

Pero había calado en su memoria, así que ahí podría ser un inicio. 

—Rompí sin querer la lente de su cámara —igual, ahora era yo la avergonzada. Irónico, considerando que la idea de la salida era olvidarme de ese roche. Me dirigí a Felipe—. Y de nuevo, perdón por eso.

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora