4. Primeras impresiones

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Que conste que la única razón por la que vi los ojos a ese chico fue porque no me quedó de otra luego de tomar su mano para que me ayudara a levantarme. 

El instinto clásico de supervivencia, ¿no? 

Uno que provocó que te veas reflejada en el azul más increíble del universo. 

A pesar de que hacía algo de viento, sentí un intenso calor invadiendo mi cuerpo en cuanto mi mano tocó la suya, y pareció no irse cuando se soltaron. 

Fue recién ahí que me atreví a verlo bien, y me arrepentí de inmediato, porque, ¡Dios mío, qué hombre el que tenía frente a mí! 

A sus ojos azulísimos lo acompañaban un cabello castaño que parecía el de un príncipe, una nariz perfecta que hasta a mí me hubiese gustado tener...y una boca demasiado besable para su propio bien...

Encima, era alto. Mucho más alto que yo, a decir verdad. Fácil le sacaba más de veinte centímetros a mi metro sesenta de estatura. 

¡¿Qué carajo comerían esos hombres para ser tan guapos?! 

—¿Estás bien? —repitió el chico, pero no pude distinguir si se veía preocupado o...¿molesto? Una expresión que, contrario a lo que pensé, no me asustó, sino que me hizo sonrojar más por lo atractiva que le quedaba a su rostro perfecto.  

—S...sí, todo bien. Debí tener más cuidado...—balbuceé—. Gracias por ayudarme. 

—No, por favor...¡la concha de la lora! 

Aquella exclamación bastante desagradable no iba dirigida a mí, lo supe de inmediato, porque sus ojos ahora se enfocaban en el piso, y en el aparato que yacía sobre él: una cámara de aspecto profesional, y por ende, muy caro. 

El chico la recogió, la revisó y lanzó un suspiro que me dio a pensar lo peor.

—No, no, no... —susurró. 

—Eh, ¿todo bien? —me atreví a preguntar. 

El chico me miró con el ceño fruncido, lo cual, a mi parecer, lo hizo verse más guapo de lo que era, y tuve que luchar para no reírme por los nervios, porque claramente estaría fuera de lugar. 

—Creo que la lente de mi cámara está rota —respondió.

Me sentí palidecer, porque no sólo había hecho el roche de mi vida en plena Rambla, sino que ahora también le debía una cámara nueva a un total desconocido por culpa de mi torpeza. 

Y quizás su ceño fruncido fue el que me dijo que no se encontraba del mejor humor. 

—Eh, eh...yo, perdón. Yo no quise...

—Olvidálo, fue un accidente —repuso, pero el que negara con la cabeza decía demasiado: le dolía perder esa cosa, y yo lo entendía, pues no era como que se rompiera un par de audífonos y poder comprar unos nuevos sin mucho esfuerzo. 

—En serio, yo no...

—Che, que no pasa nada —insistió él, con un poco de impaciencia—. Ya está hecho. Compraré otra.

Ok, ese chico ya no quería hablar más conmigo, y yo estaba poniéndome cada vez más roja. 

Decidí que no iba a ocasionarle más disgustos, y que no arruinaría más mi primer día oficial en Barcelona. 

—Ya, pues...eh...yo...gracias por ayudarme a levantarme. Chau.

Sin darle oportunidad de que me dijera algo más, y muerta de culpa y vergüenza, corrí lo más rápido que pude, y me perdí entre la gente hasta llegar a una esquina, la cual usé para esconderme y asegurarme desde ahí que nadie me seguía. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora