26. Inicios de independencia

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Lunes, 16 de octubre

Había pasado algo de tiempo desde aquella salida, y seguía sin superar todo lo que me estaba pasando. Era como si alguna entidad sobrenatural desconocida me hubiera elegido para ser protagonista de un experimento social en el que me volverían protagonista de una historia romántica digna de un sueño loco y bonito. 

Si así fuera, no me quejaría, sin embargo, porque estaba resultando todo increíble, y si era un sueño, no quería despertar. 

A pesar de que no podía dejar de pensar en Felipe ni en todos nuestros momentos juntos, había logrado agarrarle el ritmo —o como le decían en España, "le estaba pillando el tranquillo"—a las clases, y en sí, a la vida universitaria. 

Para ser sincera, en el colegio aprobaba todos mis cursos sin mucho esfuerzo, incluso todos los que eran números y ciencias, porque casi no hacía las tareas, o al menos, no puntualmente, porque le tenía tanto entusiasmo a esos cursos como a lanzarme a hacer puenting sin protección.

Ahora tenía que esforzarme de veras, porque si jalaba* algún curso —cosa que esperaba fuera poco probable—, podía despedirme definitivamente de Barcelona, pues aquella había sido la única condición para que mis padres me permitieran estudiar en el extranjero. 

Por no mencionar que ahora tenía un motivo más para no irme de Barcelona, y aquel tenía un hermoso par de ojos azules, una sonrisa preciosa, actitud de nerd tierno y el nombre del actual rey de ese país extranjero. 

Decidí que podía tachar de la lista el "estudiar duro para graduarme con honores" y el "encontrar inspiración para escribir", pero al ver la lista, recordé que me faltaba encontrar trabajo. 

¿Dónde diantres podría encontrar alguno en el que me aceptaran siendo menor de edad? 

Como eran casi las siete de la noche, me encontraba sola en el departamento, y acababa de terminar mi parte del trabajo de Gramática, decidí entrar a Job Today, una aplicación de trabajo que me habían recomendado las Ferrer, y navegué buscando alguna opción que me permitiera conservar el tiempo suficiente como para estudiar y no hundirme académicamente. 

Ninguna opción me convencía, porque o eran de jornada completa, o de turno tan tarde que no me dejaba tiempo ni para leer un párrafo de las clases. 

Luego de buscar por casi una hora, me rendí, cerré mi laptop, la dejé a un lado de la cama, y me dejé caer sobre ella para dedicar los siguientes minutos a contemplar el techo mientras pensaba en que conseguir trabajo iba a ser más difícil de lo que había pensado. 

Consideré por un momento en pedir ayuda a las Ferrer, pero de por sí me habían aceptado como roomie en su departamento, así que tan siquiera mencionar el tema me parecía muestra de conchudez, así que descarté esa opción. 

Mi momento de meditación se interrumpió cuando mi teléfono empezó a sonar como loco, lo cual me llenó de emoción y de rubor en la cara, porque a esa hora Pipe acostumbraba llamarme para preguntarme qué tal me había ido, pero me decepcioné un poco al ver el nombre de Tina, mi compañera en la clase de Introducción a la Literatura y de Gramática. 

No pude evitar resoplar por el desgano. 

—¿Aló? 

—¡Eh, hola, Jules! —respondió Tina—. ¿En qué vas? 

—Nada, acabo de terminar mi parte del trabajo de Gramática. ¿Quieres que te la envíe?

—Sí, sería mejor, porque Hugo no responde, y no parece que vaya a enviar lo que le tocó —me helé, porque eso significaba que no presentaríamos el avance completo—. Si no es con al menos tu parte, no podríamos entregar nada el miércoles. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora