32. Tensión

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Sábado, 28 de octubre

Los nervios por la natación me invadieron desde que abrí los ojos luego de soñar que Felipe y yo bailábamos en un crucero camino al Caribe, ese mar tan azul como sus ojos. 

Tenía todo listo desde la noche anterior: el traje de baño, las sandalias, mi toalla, y el gorro...en fin, todo un maletín de herramientas para lograr exactamente lo opuesto a ser sexy.

Aún creía firmemente en que si no le caía bien a alguien tal y como era, pues esa persona se lo perdía, pero ahora que el chico que me gustaba me estaba haciendo caso de alguna forma, empezaba a pensar que quizás podría meterle algo de esfuerzo a mi apariencia y en lo que usara.

En pocas palabras, una parte de mí quería dejar de lucir como una niña, y más como una chica de la edad de Felipe, de esas con las que solía encontrarse en su facultad y que no perderían la oportunidad de coquetearle y seducirlo. 

Estaba preguntándome por qué diantres no nací al menos dos años después que Felipe y no seis, cuando Lucía me avisó que el ojiazul había llegado, y tuve que pedirle que lo distrajera un poco mientras revisaba que no me olvidara nada en el bolso, porque sin lugar a dudas, aquel sería un mal hábito que difícilmente me abandonaría. 

Cuando sentí que estaba lista, me calcé mis amadas Reebok —sí, iba a una piscina, pero yo odiaba usar sandalias, no sabía por qué—, agarré mi bolsa, y respiré profundo antes de salir de la habitación y darle el encuentro a Felipe en la sala.

Apenas lo vi, tan sólo pensé "ay, qué bendición", y de inmediato me asusté por tal pensamiento, quizás por venir de un colegio tan religioso, pero con razón, porque Felipe se veía guapísimo, como todo un chico veraniego, a pesar de estar en pleno otoño. 

Igual que siempre, no podía dejar de verlo, y tuve que ser rápida para apartar la vista cuando él, por alguna razón, volteaba a mirarme.

Felipe volteando a mirarme...imposible no pensar que podría ser una señal. 

Menos mal que él había logrado reservar una hora en la piscina, así que no tendríamos problemas con llegar y tener que pedir un espacio a última hora. Bendita fuera la tecnología.

Nos separamos en cuanto llegamos al lugar, pues obvio que no entraría al vestidor de los hombres, por mucho que me entraran ganas de ver a Felipe quitándose la camisa y dejando ver ese pecho tan definido que se cargaba. 

Y estaba por verlo en traje de baño...

Mi emoción se rebajó un poco cuando vi a unas chicas saliendo de los vestidores en bikini, y luciendo unas figuras perfectas y dignas de lograr que una chica hiciera huelga de hambre. 

Sobre todo, se veían mayores que yo, y hablaban de temas como salidas con sus novios, a alguna discoteca, o compañeros del trabajo...

Y yo estaba ahí, tan pequeña tanto en edad como en estatura, y rezando porque no se percataran de mi presencia y me inundaran con preguntas invasivas que podrían llevar a una pequeña sesión de bullying. 

Menos mal, nadie me vio, y cuando me aseguré de que no habían moros en la costa, salí de los vestidores, y me senté a esperar a Felipe en las gradas alrededor de la piscina. 

Luego de unos segundos, salió, y quedé tan impresionada que cuando lo vi la semana anterior en la playa: literalmente, ese hombre era demasiado perfecto para ser real. 

Incluso llegué a preguntarme qué miércoles hacía un chico como él pasando el rato con una chica tan normal como yo, cuando sería digna pareja de alguna Miss Universo o de la más famosa actriz de Hollywood. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora