14. ¿De conocidos a amigos?

37 5 0
                                    

Terminamos caminando hacia un café de aspecto clásico, por no decir antiguo, como muchos de los establecimientos de los alrededores, y de inmediato, supe que debía controlar todos mis impulsos, en especial porque la anfitriona no dejaba de mirar a Felipe como si fuera un pollo a la brasa servido y listo para devorarse.

Sí, sabía que no éramos nada, ni siquiera estaba segura si éramos oficialmente amigos, pero la tipa era preciosa; yo era un cero a la izquierda a su costado.

Las ganas de recurrir a la violencia se fueron cuando Felipe ni siquiera se molestó en mirarla ni en sonreírle más de lo normal, a pesar de que la chica se esforzaba a niveles extremos porque al menos sus ojos se encontraran por accidente a la distancia.

Menos mal, quien tomó nuestros pedidos fue un chico que parecía tener mi edad, aunque quizás podría ponerle un par de años más, y aunque era lindo, con Felipe frente a mí, no me provocaba ni siquiera risitas nerviosas.

Si bien ya había tomado una taza de café antes de ir a la primera clase, aquella no me había hecho mucho efecto, así que concluí que era la ocasión perfecta para tomar otro que me ayudara a resistir a la siguiente antes de volver al departamento.

Opté por una sencilla taza de café americano, y Felipe eligió un Mocha, lo cual, no sé por qué, me hizo pensar que le quedaba bien a su carácter, porque era de por sí un café que no necesitaba azúcar para saber más dulce y más perfecto.

—¿Te gusta el café así, dulce? —me atreví a preguntar.

—Sí, soy bastante dulcero —respondió, y noté un ligero rubor en sus mejillas—. Aunque prefiero mil veces el mate. ¿Y vos qué pediste?

Me encogí de hombros.

—Café americano, nada más.

—¿Y eso por qué? —preguntó Felipe con curiosidad.

—Porque es sencillo de preparar, y porque es el que tiene más efecto a la hora de estudiar.

—Te entiendo, pero sigo prefiriendo el mate.

—Claro, como buen argentino.

—Lo deberías probar.

—Si tú me invitas —solté sin pensar.

Julieta García, aprende a controlar tu lengua, ¡por Dios!

—A la próxima que nos veamos —asintió Felipe.

Y lo dijo sonriendo, y si pensaba que acababa de portarme conchuda, lo ocultó muy bien.

Di un sorbo más a mi café sin dejar de mirarlo; sus pecas resaltaban con la ligera luz del sol, y me hacía recordar a un niño pequeño, lo cual me pareció tiernísimo.

Y ni qué hablar de sus ojos, que brillaban todavía más.

¡Ya, Julieta, despierta! ¡Di algo para romper el silencio...!

—Y, decime, ¿qué estás estudiando?

—Literatura —respondí, en mi segunda respuesta automatizada—. ¿Y tú?

Felipe, al contrario de lo esperado, mantuvo la conversación centrada en mí.

—¿Literatura? Buenísimo, ah. ¿Y cómo así quisiste estudiar eso? 

Respiré como preparación para darle otra respuesta previamente ensayada y dada miles de veces. 

—Pues, me gusta leer, y me enamoré así de la literatura. Quiero ser como mis héroes y heroínas. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora