21. Otra invitación inesperada

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Tal como temía, a la mañana siguiente, desperté con los primeros síntomas de resfrío, y me sentí mal por ello, porque significaba que, luego de mis clases, tendría que regresar al departamento y quedarme ahí en lo que alguna de las Ferrer me alcanzaba una sopa caliente de pollo o alguna infusión para librar mis fosas nasales. 

Sin embargo, seguía sin arrepentirme de la locura que cometí bajo la lluvia, porque el que Felipe me dijera que aquel había sido su mejor cumpleaños había valido toda la pena del mundo. 

Claro, tuve que mentir a mis padres respecto a la razón de mi repentino resfriado, y decirles que algún desgraciado o desgraciada de clase había llevado consigo el maldito virus y no se había cuidado lo suficiente. Gracias a Dios, ambos se la creyeron, y mi colapso no duró ni una semana. 

En todo ese tiempo, Felipe y yo no dejamos de hablar por WhatsApp, y fue en esas conversaciones que supe que él también había caído resfriado, aunque con un poco más de fuerza, porque no se había secado ni duchado tan rápido como yo; lo más gracioso, no se arrepentía tampoco de la "locura bajo la lluvia", como empezamos a llamar al asunto. 

Me dijo también que estaba usando, por el momento, una lente de cámara prestada de un amigo suyo hasta que pudiera comprar una nueva. No podía quejarse, porque al menos, podría seguir tomando fotos, uno de sus pasatiempos favoritos. 

Con dicho mensaje, recordé que le debía una lente nueva, por más que él insistiera en que diéramos ese asunto por terminado. 

Tenía que conseguir trabajo a como diera lugar, y con lo que ganara, compraría la dichosa lente para dársela de sorpresa, pero debía ser rápido. 

A la semana del cumpleaños de Felipe, me sentía mucho mejor, y aunque debía ir abrigada a mis clases, podía sobrevivir sin incomodarme a mí misma o a los demás. 

Es más, en la única clase que tenía el día miércoles, pude prestar más atención a lo que decía el profesor respecto a los principios de la gramática española, y a la tarea que tendríamos que enviar por correo hasta el domingo a las once y cincuenta y nueve de la noche. 

Eso sí, tuve que juntarme con un grupo de desconocidos quienes me agradaron bastante, pero aún tendríamos que ver qué tanto congeniaríamos como para considerarnos amigos.

Como me aconsejaron las Ferrer, salí lo más aprisa que pude ni bien terminó la clase, para así volver rápido y antes al departamento y dedicar el resto del día a que la convalecencia fuera más tranquila y sin mucho estrés. 

En otras palabras, me la pasaría entre haciendo lo que las ganas me permitieran de tarea, y revisando páginas de negocios que necesitaran personal, como cafeterías, panaderías o hasta tiendas de ropa. No era muy buena en mates, pero la caja registradora existía para algo, ¿o no?

Estaba a punto de atravesar el umbral de la entrada del campus, cuando sentí que mi celular vibraba con la alerta de llamada entrante. 

Al revisarlo, saqué la sonrisa más grande de todo el día, tanto por quién era como por el hecho de que no se trataba de mensajería, sino de una llamada telefónica. ¡Felipe quería escuchar mi voz! Y obvio, no iba a negarle el deseo. 

—¿Aló, Pipe? —respondí.

—¡Hola, Julie! ¿Cómo andás? —saludó Felipe desde el otro lado de la línea. 

Sin dudar, respondí.

—Todo bien. Acabo de salir de clase. Y tú, ¿en qué andas? ¿Cómo te sientes de tu resfrío?

—Yo estoy por entrar a una clase. Y me siento bastante mejor, gracias. ¿Vos cómo estás de eso? 

—También mejor, aunque ando súper abrigada por la convalecencia. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora