37. El inicio del frío

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Sábado, 9 de diciembre

La época decembrina, para mí, significaba la semana de exámenes finales, el acercamiento del último día de clases, el inicio del cielo azul y despejado, ropa cada vez más delgada, y un calor insoportable que necesitaría al menos cinco duchas diarias para quitarme todo el sudor. 

Ahora, sin embargo, diciembre adquiría un nuevo significado: el del invierno más bonito y loco que había experimentado en mi vida, porque si bien no nevaba, el cielo no dejaba de ser azul, y la temperatura era más o menos similar a la de Lima en invierno, aunque cuando se lo proponía, el clima podía volverse helado y lluvioso, más que la de mi ciudad. 

Era probable que fuera la única que se sintiera así, porque las Ferrer estarían acostumbradas a esos cambios repentinos en su cielo, mientras que deducía que Felipe no habría experimentado un clima permanentemente nublado, frío y húmedo en Buenos Aires, porque ahí, incluso en invierno, también hacía un sol brillante y hermoso. 

Hablando de Felipe, él y yo habíamos pasado bastante tiempo juntos, aunque no se había repetido lo del "casi beso", para mi mala suerte, pero eso no significaba que no la pasáramos bien, ni que sintiera que conectáramos tan bien. 

Mi diario tenía más de diez páginas llenas de poemas dedicados a Felipe y a sus muchas cualidades, tanto físicas como internas, y eso que me faltaban tantas cosas por describir. 

Uno que me gustaba especialmente era: 

El azul de tus ojos 

sin parar me cautiva.

¿Qué habrá entre nosotros

que tanto me emotiva?

Estaba segura de que pronto me tocaría comprar una libreta nueva para usarla de diario, porque no había día que no escribiera al menos un par de estrofas completas pensando en Felipe y ese hermoso par de ojos azules que se cargaba. 

En especial, su sonrisa era lo que más me gustaba de él, y no podía esperar a ver la que me dedicaría cuando le diera la lente nueva por Navidad, cosa que estaba muy próxima a suceder, gracias a que había logrado retener el trabajo y las propinas no eran nada malas, en especial a la hora pico, cuando el local se llenaba y la gente se sentía generosa al ver que le esperaba un sabroso pie de manzana o una taza de café caliente en pleno inicio de invierno. 

Sumando todos los ahorros que tenía con mi sueldo y propinas, llevaba al menos unos mil euros, y esperé que fuera suficiente para comprar la lente nueva para Navidad; lo dudaba, de hecho, pero con tal de ver la sonrisa de Felipe ese día...

Hasta ese pensamiento logró que me mantuviera de buen humor esas últimas semanas del año, pues se acercaba el descanso de invierno, o a lo que yo estaba acostumbrada a llamar, la época de vacaciones de verano, al provenir del hemisferio sur del planeta. 

Me quedaban menos de dos semanas para que ese primer semestre lectivo terminara, y volver a casa a pasar las fiestas con mi familia, y con fe, con Macarena, si es que no le vencían las ganas de pasar la época con sus nuevos amigos en Alemania. 

Hablando de eso, recordé que Felipe dijo que haría tan sólo su último año en Barcelona, por lo que aquellos podrían ser los últimos días que lo vería, así que me debatía en si decirle lo que sentía antes de separarnos o callarme para siempre, en especial por las probabilidades existentes de que no me correspondiera. 

Pero tenía que corresponderme, ¿no? O sea, habían muchas señales claras de que no era una simple amiga para él, porque no dejaba de buscarme cuando se estresaba o cuando el tiempo libre le daba para visitarme en la cafetería. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora