34. Un rato de amigos

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Felipe condujo con calma, aunque tenía una expresión algo tensa, y razones no le faltaban. 

Aún no era invierno, y aunque hacía solamente algo de viento, sentía cómo se me helaba la sangre ante las probabilidades de que mis sospechas no hicieran más que confirmarse y dejarme con unos cuantos miles de alfileres en el corazón. 

Por nuestro bien, no hice ninguna pregunta, ni me atreví a romper el hielo, cosa que de por sí me costaba en una situación normal, y dejé que Felipe nos llevara a donde planeara para contarme esa historia. 

Eso sí, aproveché su concentración en el tráfico para mirarlo de reojo, y apreciar lo atractivo que se veía conduciendo, con el ceño fruncido, y apretando los labios, esos que me moría por besar. 

Finalmente, detuvo el auto, y cuando alcé la mirada, me encontré con La Barceloneta, esa playa tan famosa a la que había ido a leer la semana anterior y en la que me había encontrado de casualidad con Pipe mientras surfeaba. Lo rápido que pasaba el tiempo...

Sin chistar, seguí a Felipe mientras bajábamos del auto, y nos sentamos en esas mismas bancas que había elegido yo para leer. 

Vaya espectáculo que debíamos estar dando: un personaje de los años veinte, y otro de la Regencia sentados en la playa en pleno siglo veintiuno. 

—¿La playa? —pregunté.

—Me siento en paz aquí —susurró—. Además, está casi vacía, así que no nos pueden molestar.

Asentí con la cabeza. Debí suponerlo: si iba a contar algo tenso, necesitaba un sitio donde podría estar tranquilo y sin estrés. 

—Entonces, ¿me lo contarás? 

—Mereces una explicación de por qué me fui así. Pero me duele recordarlo.

—Si quieres, no tienes que hacerlo...

—Es que quiero hacerlo.

Esa respuesta me tomó por sorpresa. ¡Quería contarme algo importante e íntimo! 

Quería decir que la confianza estaba por escalar a unos cuantos pasos más. 

¿Me sentía feliz? ¿Completamente feliz? Por un lado, sí. Por otro, no lo sabía. 

Le hice un movimiento leve de cabeza para que empezara, y así lo hizo. 

—No te mentí cuando te dije que conocí a Vanessa en el colegio. Pero no fue sólo una amiga. Ella...

—¿Ella...? 

—Fue mi primera novia —continuó, y pude sentir el aguijón de los celos hincándose en mi pecho como una daga—. Estuvimos juntos desde que teníamos diecisiete, hasta marzo de este año. 

Tragué saliva: si Felipe tenía veintitrés años, y había estado con esa rubia desde los diecisiete hasta los veintidós, eso significaba que su relación había durado cinco años, o quizás un poco más, lo cual era bastante tiempo. Demasiado, para mi mala suerte. 

Era entendible que las cosas aún estuvieran complicadas entre ambos. 

Sin embargo, ¿por qué diablos Vanessa habría terminado con un chico así de lindo? 

—Guau —fue lo único que pude decir para no delatar mis ganas de llorar—. Es bastante tiempo. ¿Y...la amabas? 

Felipe asintió con la cabeza, y me sorprendió el que no me salieran lágrimas, sino que, por el contrario, me quedase más helada que témpano en la Antártida. 

El shock, seguramente. 

—Fue todo para mí, y yo creía que era todo para ella, pero...

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora