30. Conociéndonos más

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Traté de que el resto de la mañana transcurriera lo más normal posible, a pesar de que, por dentro, me seguía muriendo de ganas de preguntarle a Pipe si es que Vanessa era algo suyo, yo si significaba mucho para él. 

No quería arruinar el momento tan bonito que estaba compartiendo con él, y mucho menos, que pensara que era una metiche y una entrometida; la confianza debía ganármela de a pocos, incluso si la espera era sinónimo de tortura china. 

Como no podía ser, Felipe no dejaba de tomar fotos con su celular, e incluso me tomó varias a mí, ya fuera mirando al mar, o posando con mi mejor sonrisa mientras demostraba que me encantaba estar en aquel lugar; decidí que debía pedirle que me mandara aquella con la que estaba 

Acepté que Felipe me enseñara surf en el futuro, dado que no traía ropa de baño ni muda de ropa como para cambiarme y empezar una lección breve en ese momento, pero eso no evitó que terminara un poco mojada, porque corrimos por la orilla, y terminé cayéndome sentada sobre el agua por culpa de unos niños que jugaban ahí. 

Mis jeans sucios fueron los culpables de que Felipe decidiera que era hora de volver a casa, a lo que no me opuse, si bien me provocaba seguir viéndolo en traje de surf. 

Como tuve que utilizar mi chaqueta para cubrirme el trasero sucio y húmedo de los pantalones, el viento que se iba haciendo cada vez más intenso me estaba afectando, y comencé a temer un resfrío. 

Sin embargo, Felipe no parecía estar sufriendo las mismas consecuencias que yo, sino todo lo contrario: llegó a mi lado con el pecho descubierto y sus cosas en la mano, lo cual no hizo más que cuestionarme qué eran ese raro cosquilleo y los temblores que sentía al verlo así. 

Y con el cabello todavía mojado, la cosa no mejoraba. 

—¿No te vas a cambiar? —pregunté.

Felipe sonrió y se encogió de hombros, como si ese detalle no tuviera importancia. 

—No suelo hacerlo luego de surfear —replicó—. Volveré manejando de acá hasta el departamento.

—¿Blas soportará que le devuelvas el auto con el asiento todo mojado? 

—Nada, él ni siquiera está en Barcelona. 

—¿Ah, no? 

—Nop, se fue a París con Bea por el fin de semana, así que le chupará un huevo lo que pase con el auto. 

¿A París un fin de semana? Bueno, el que puede, puede. 

—Bueno, si tú lo dices, entonces no hay problema. El asiento se secará solo. 

Ambos reímos. 

—Entonces, ¿ya te vas a tu departamento? —pregunté.

—Me voy al de Blas —respondió—. Seremos sólo Juani y yo hasta que regrese. 

—¡Ala, se arma la fiesta! 

Volvimos a reír, y luego de una brisa rápida pero fuerte, seguí corriendo a Pipe hasta el auto de Blas, y con mayor razón obedecí a la necesidad de cubrir el asiento con mi chaqueta para no ensuciarlo de arena húmeda. 

Pipe, luego de guardar su tabla en la maletera del auto, se quitó el traje de surf, y mientras lo hacía hasta quedar en traje de baño, no pude evitar quedarme boquiabierta, porque ¡ay, Diosito santo, gracias por los deportes! 

En definitiva, ése sí era un hombre de verdad. 

Permaneció unos segundos con ese pecho tan definido al descubierto, hasta que se puso una camisa de aspecto veraniego encima, y con ello, subió al auto, encendió el motor, y emprendimos el camino de regreso al centro. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora