8. Presentaciones

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Seguía sin creerme lo que acababa de pasar: el desconocido de la cámara rota acababa de quitarme de encima a ese idiota, ¡con un puñetazo, ni más ni menos! 

¿Es que acaso ahora estaba en una de esas historias clichés de amor...? 

—Che, ¿estás bien? 

Seguía en mis pensamientos y conmocionada, por lo que no pude responder. 

Y no ayudó el hecho de que el castaño me mirase fijamente y me tomase por los brazos para sacudirme con suavidad para intentar despertarme del letargo mental. 

—Tranquila, calmáte, ya pasó —dijo en mi oído. 

Repitió eso un par de veces más, hasta que desperté, y me topé con que el clon malvado de Oliver Sonne ya no se encontraba presente en la escena, y que, más bien, las Ferrer acababan de llegar junto con su grupo a ver qué había pasado.

—¿Te sentís mejor? —preguntó el ojiazul, quien ahora me miraba con preocupación, incluso ternura. 

Y ese toque hizo que sus ojos, a pesar de la oscuridad y las luces parpadeantes, lucieran más bonitos que en plena luz del día.

—¿Ah? ¿Ah! Sí, mucho mejor... —volví a balbucear frente a él—. Gracias por deshacerte de ese tipo.

—No tenés que agradecerme.

—Pero ahora te debo dos —repliqué, algo avergonzada.

—¿Por qué? 

—Una por esto, y la otra porque rompí tu cámara...

A todo esto, yo no sabía si él me había reconocido de esa mañana, y esperé que mi recordatorio de deudas con él lo hiciera recordar. 

Sin embargo, el chico encogió los hombros, con lo que dio a entender que sí se acordaba de mí, lo que primero hizo que quisiera desmayarme y sonreír de la emoción por quedar grabada en los recuerdos. 

—Dejalo. No pasa nada. Eso fue un accidente. 

No supe qué responderle, porque quería compensarle todo, pero, ¿con qué dinero? ¿Y con qué situación? 

—Jules, ¿estás bien, tía? 

No aparté mis ojos de los del ojiazul, pero pude identificar la voz de Brenda Ferrer de entre toda la bulla del local.

Mi héroe me soltó y se apartó para que el grupo hiciera lo clásico en esas situaciones: mirar si me había lastimado, preguntarme si estaba bien, y ofrecerse a darme un vaso de agua o a llevarme de vuelta a casa o, en el peor de los casos, donde un médico. 

—Hasta arriba se escuchó la pelea —dijo Lucía—. Y cuando te vimos, ¡joder! ¿No te pasó nada? 

—Estoy bien —respondí, un poco cansada de esa atención indeseada—. Si no fuera por...

Me di cuenta recién ahí que no sabía el nombre del chico lindo que acababa de salvarme, y que, a pesar de eso, ya le debía dos. 

—Felipe —se presentó el susodicho—. Soy Felipe.

Felipe...Felipe...

Casi cedí al impulso de sonreír al saber su nombre, porque hasta eso lo tenía precioso. 

—Pues, es gracias a Felipe que no me pasó nada —continué—. Le debo una por eso. 

Las chicas del grupo miraron al ojiazul, y poco les faltó para babear y desmayarse; cómo podía culparlas, si de seguro yo debía lucir igual, y razones no faltaban; por eso no presté mucha atención a lo que conversaban, e intentaba tranquilizarme y no evidenciar el hecho de que también caería presa de ese hechizo. 

Perfecta Inspiración - Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora