Narrador
Plenitud.
Ésa fue la palabra que cruzó la mente de Félix cuando recuperó la consciencia a la mañana siguiente y fue salpicado por la luz de un cálido sol que brillaba a través de las cortinas.
Apretó sus párpados todavía cerrados y una sonrisa se extendió en sus labios mientras intentaba recordar la última vez que durmió así de bien. Sin pesadillas, sin frío, sin culpa ni remordimiento. Nada más él, la chica de sus sueños, y los ardientes recuerdos de la noche anterior que no hacían más que alimentar la indudable felicidad que crecía en su pecho.
Félix aspiró profundo y su cuerpo se estremeció al reconocer el delicioso aroma de _____ envuelto entre las sábanas. Toques fantasmas quemaron su cuerpo y la sensación de picazón en su cuello le hizo reír en lo bajo. No necesitaba verse en un espejo para saber que habría una marca allí. Una marca que, con suerte, duraría mucho tiempo.
Ése podría haber sido un buen día.
Pasar las horas acurrucados en la cama, mimando y siendo mimados. Sin responsabilidades ni obligaciones de ningún tipo. Un típico domingo por la mañana. Sólo ellos, enredados el uno con el otro, redescubriendo sus cuerpos, sus mentes y sus corazones. Perezosos. Risueños. Felices.
Habría sido un buen día, de no ser porque ella ya no estaba, ni en la cama, ni en el cuarto. Ni en ningún lado.
Quizás la ausencia de sus cosas tendría que haber significado algo para Félix, pero la esperanza es ése persistente y letal virus que infecta el corazón y mata cualquier pizca de sentido común en las personas.
Incluso en las más inteligentes.
―¿_____? ―llamó su nombre con voz ahogada y temblorosa. Sabía que no habría respuesta.
Algo lo golpeó hasta los huesos. Algo amargo, frío y demasiado familiar. Doloroso.
La soledad.
Félix se dejó caer sobre la cama nuevamente y se frotó el rostro con las manos frías. Se obligó a reprimir las ganas de llorar que lo ahogaban y apretó las sábanas debajo de él con toda la fuerza que tenía, tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos y los músculos de sus brazos se tensaron y dolieron.
La tristeza dio paso a la rabia y en un fugaz instante la cama se encontró vacía, las sábanas al otro lado del cuarto, almohadas arrojadas contra la pared y un teléfono hecho trizas.
―¡Qué imbécil! ―exclamó furioso. Se sentía patético. Confundido. Culpable.
¿Qué fue lo que había hecho mal?, ¿o fue algo que dijo?, ¿algo que no dijo?, ¿hizo algo que la obligó a huir?
Tenía que ser así. Siempre era así. Siempre arruinaba todo lo bueno en su vida.
La suerte nunca estaba de su lado.
ESTÁS LEYENDO
El amor de un impostor (Félix y tú)
FanfictionSoy un impostor. Mentí y engañé para conseguir mis propios intereses un sin fin de veces. Y nunca me había sentido culpable por ello... hasta ahora. Ella me ama. Me mira y me sonríe. Sus ojos brillan con ilusión e inocencia. Pero ella me llama "Adri...