7. Primer Baile

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Narra Félix

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Narra Félix

La tarde se nos pasó volando mientras recorríamos los pasillos del hotel, admirando los detalles artísticos de su estructura y su decoración.

_____ insistía en que no quería perderse ni un sólo centímetro de arte en el lugar, alegando que había estado meses intentando conseguir una reservación y que no la había conseguido.

Me preguntó cómo había podido hacerlo yo, y tuve que desviar el tema para no decirle la verdad. No podía arriesgarme a más y más preguntas si le decía que el hotel es mío, es decir, "de mi primo Félix".

Pero después todo fue agradable, pues entre ésto y aquello, la velada se llenó de risas, carcajadas y juegos tontos que nunca antes había disfrutado tanto.

Y ahora, regresando al presente...

Me encuentro parado en el salón principal, vistiendo un chaleco azul marino sobre una camisa blanca y pantalón a juego. La corbata del mismo color que llevo puesta se siente algo asfixiante, y suelto el nudo ligeramente, en un gesto impaciente.

Vuelvo a mirar la mesa delante de mí, donde el staff del hotel ha preparado una cena íntima a la luz de las velas y ha despejado el resto del salón a petición mía. Todo está listo. Sólo falta ella.

Está algo retrasada y no sé si es mi sentido de control lo que me tiene tan nervioso, o si realmente estoy volviéndome loco por tener su presencia de nuevo junto a mí.

Me giro hacia el mesero y le hago una seña con la mano, a punto de mandarlo a comprobar si ella se encuentra bien, justo cuando el resonar de unos tacones de aguja invade el salón.

Me vuelvo sobre mi eje y el aliento se me atora en los pulmones al verla aparecer en el umbral.

Maldita sea... Estoy perdido.

Lleva un vestido sofisticado, de satén rojo carmesí brillante que resplandece a la tenue luz de las velas. Tiene un escote en V que muestra una parte del pecho y se ajusta a su cuerpo como si hubiera sido hecho para ella. Sus hombros desnudos, la caída caprichosa de las telas por sus piernas, el brillo de su mirada... Se ve magnífica.

Corre hacia mí y se lanza a mis brazos con una risa que despeja por completo mis dudas y remordimientos. Y sé que ya no puedo arrepentirme de ésto... No cuando gracias a ésto puedo tener entre mis brazos a tan radiante criatura.

―¿Qué debería decirte? Me has dejado sin palabras ―le confieso al oído antes de dejar un suave beso en su cuello. 

―Oh, vamos, no juegues conmigo... ―pide entre risas, sus mejillas igualan el color de su vestido―. Estoy muy nerviosa ―murmura, ocultando su rostro en mi pecho.

Trago con fuerza y mantengo mis manos quietas en su cintura.

―No estoy jugando, _____. Jamás había visto a nadie más hermosa que... ―sus labios sobre los míos atrapan mis palabras y me dejan queriendo más cuando se aleja.

―Tu boca sabe a chocolate ―murmura cambiando el tema, pasando su lengua sobre sus labios.

―Me estás volviendo loco, ¿sabes? ―advierto ladeando mi sonrisa. _____ ríe y entre bromas, juegos y sonrisas, tres palabras lo detienen todo...

―Te quiero, Adrien... ―dice de repente, mirándome a los ojos con intensidad, expectativa y deleite.

Quiero sonreír, disfrutar de éste momento como el vil farsante que soy, juro que quiero hacerlo, pero todo mi cuerpo se siente tenso y muy pesado.

Ella espera mi respuesta. Ella espera una reacción. Y yo no sé qué hacer...

―¿Adrien? ¿Estás bien? ―pregunta, tomando mi rostro entre sus manos. La confusión en su mirada junto al ligero temblor de su labio inferior me obliga a reaccionar, dibujando por fin la mejor sonrisa que tengo. La única, y es completamente falsa...

―Estoy bien. Ven, la cena ya está lista ―le informo tomando su mano con la mía, ignorando la ruidosa voz de mi consciencia que cada vez se hace más insoportable.

Acomodo su silla cual caballero, sin perder la oportunidad de deslizar mis manos por su piel desnuda, y me siento delante suyo. _____ me sonríe y entrelaza nuestros dedos por encima de la mesa, provocando un hormigueo intenso en mi espina dorsal.

La cena transcurre con normalidad, entre charlas animadas, risas y anécdotas vergonzosas. Los nervios se esfuman, la tensión se relaja y nos rendimos por completo al encanto de la velada.

Entonces la melodía de la orquesta cambia súbitamente a algo íntimo y embriagante. Un vals. Y los ojos de _____ se iluminan.

Se pone de pie y me extiende los brazos con entusiasmo. Su invitación es clara. No puedo negarme. Jamás podría negarme.

―¿Me concede éste baile, caballero? ―pregunta con suavidad y dulzura.

Ni siquiera lo pienso. La tomo entre mis brazos y la guío por la pista de baile, acunándola con ternura contra mi pecho. Su perfume me embriaga, ahogando cualquier rastro de razón.

Giramos suavemente, sintiendo el peso de su cuerpo apoyándose en el mío con cada paso. Sus ojos brillan, llenos de alegría y confianza.

Bajo mi mano para acariciarle la cintura, notando la suavidad de su piel a través de la fina tela del vestido. Su estremecimiento me hace sonreír y bajo mi mano hasta su muslo en un arrebato de osadía.

Damos vueltas lentas y perezosas, perdidos en nuestra propia burbuja. El resto del salón ha desaparecido. Sólo existimos nosotros dos, moviéndonos al compás de la música.

Sus dedos se deslizan por mi nuca, enredándose en mi cabello, y se acerca, su nariz roza la mía, nuestros alientos se mezclan, todo mi cuerpo tiembla.

Juro por Dios que intento contenerme, mantener mis límites, pero ella atrapa su labio inferior con los dientes, provocándome deliberadamente, y todo freno desaparece.

Acabo con la poca distancia entre nosotros y la beso con frenesí, atrayéndola hacia mí con toda la fuerza de mis brazos. Su sabor invade mi boca, embriagando mis sentidos, oscureciendo mi cordura.

Nuestras lenguas se entrelazan con tal pasión que ya no distingo lo que es real y lo que es mentira.

El salón desaparece y la farsa ya no importa, porque en éste instante efímero como la noche, no hay nada que desee más que seguir besándola y olvidarme de todo lo demás al menos por unas horas.

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El amor de un impostor (Félix y tú) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora