Capítulo 11

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Todo el camino, un adormilado Sergio decía palabras al azar sin realmente poder conformar una sola oración coherente, por esa razón, muchas de las cosas que dijo, Max ni siquiera las tomó en serio. Para cuando llegaron al departamento del pecoso, este ya había caído dormido en su asiento, el rubio se cuestionó por un momento, no era realmente fan del contacto físico, pero era una situación que lo requería, así que tomó el cuerpo inconsciente del muchacho y lo cargó en sus brazos.

Sergio no parecía reaccionar, más bien se sintió como si se hubiese acurrucado solo de percibir el calor de Max. Al entrar a la casa el rubio subió las escaleras hacia la habitación del más joven, no pesaba. De alguna manera Sergio tenía una complexión con curvas, pero era impresionantemente liviano, quizá por su estatura a comparación de la de Max. En todo caso, le pareció divertida la manera en la que sus cejas se arrugaban cuando hacían algún movimiento brusco.

La habitación estaba ordenada, obra del mismo Sergio, pues era fanático de tener sus cosas limpias y dispuestas, así que Max no tuvo que hacer más que acercarse a la cama y dejarlo ahí. Fue cuidadoso, delicado, y pensó que su trabajo ya estaba hecho en cuanto el moreno tocó las sábanas, así que se dio la vuelta para irse.

—No, no, no, espera.— De repente, Sergio había hablado, como si en un suspiro hubiese superado la borrachera y ahora conjugaba oraciones completas, aún arrastrando un poco las palabras, pero mucho más coherente —No te vayas, por favor. Quédate un poquito más.

Max dudaba si obedecer o no, después de todo, era solo un niño ebrio pasando una mala noche, pero por alguna razón se acercó, razón que no puede simplemente explicar porque no existe. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, la mano de Sergio atrapó una de sus mangas para asegurarse de que se quedara ahí, que no se escaparía.

—Checo, está cansado, es bueno que duerma un poco, se sentirá mejor mañana.— Lo mejor era librar ese mal rato cuanto antes.

Sergio no respondió, contrario a ello y sin soltar la mano del holandés, se sentó sobre la cama dejando que sus pies se suspendieran en la orilla —Quédate hoy, por favor. He pasado mi vida entera intentando que alguien se quede por mi, no por el dinero de mi papá, no por mi apellido. Sé que apenas nos conocemos pero... por favor no me dejes solo, ya no soporto estar solo.— Unas pequeñas lágrimas abordaron la mirada baja del pelinegro, por la poca luz y la posición de su rostro era complicado tener una imagen clara de lo que estaba pasando.

Max no sabía qué hacer, jamás se había enfrentado a una situación así en sus veintitantos años, había librado batallas y enfrentamientos peligrosos, pero esta vez no tenía una estrategia, no habían respuestas en su mente, así que simplemente atinó a palmear el hombro del pecoso —Lo siento mucho.

—Eres terrible con esto.— Una sutil risita salió de sus labios y lo siguiente que Sergio hizo puso un poco en alerta a Max. El pecoso colocó su mano sobre la del rubio, aquella que estaba sobre su hombro y, suavemente, como quien se acerca a un animal al que no quiere asustar, Sergio tomó esa mano para llevarla a su rostro, concretamente a sus mejillas. 

Su rostro se levantó para permitirse sentir el calor de una mano extraña, indiferente. Era un calor sutil pero amigable, su mejilla se frotó un poco en aquella palma, era rígida, áspera, pero de alguna forma le gustaba. Hacía mucho tiempo que no se quedaba a solas con alguien para algo más que no fuese solo sexo casual, y lo había intentado, había tratado de profundizar en sus relaciones todo el tiempo, pero resultaba una tarea imposible cuando todo el mundo le veía como un trofeo, como si aquel que retuviera mayor tiempo a Sergio Pérez ganara ante los demás. Y estaba harto de eso, estaba cansado de sentirse como un triunfo en la vida de otros, quería pertenecer, estaba desesperado por alguien que lo viera como el humano que es, como el Sergio que ama de verdad, pero entre más pasaban los años, aquello le parecía cada vez más un sueño de niños.

Max se había quedado totalmente quieto, pasmado por completo ante la imagen al frente sin saber qué mas decir o hacer, y de repente se encontró con esa mirada que instintivamente había estado evitando. Unos bonitos ojos café parecían guardar todas las estrellas en esas pupilas dilatadas, lo oscuro de su mirada decía mucho sobre lo herido que se sentía, era como una pequeña ave que nunca había aprendido a volar o que simplemente tenía miedo de hacerlo. Entonces algo se sintió diferente, Max no era muy bueno con las emociones de las personas, podría reconocer a un criminal o un agente solo con mirarlo, pero aquello de las emociones no se le daba tan bien y, sin embargo, en ese momento pareció tan sencillo entender a Sergio, fue fácil empatizar con esa soledad porque Max sabía que también la sentía a diario. En el fondo, tal vez no eran tan diferentes en realidad.

—Quédate, por favor. Incluso si mañana tenemos que fingir que nada de esto pasó, no me dejes solo esta noche, estoy asustado.— Max no quería, debía evitar a toda costa tener algún  tipo de acercamiento personal porque aquella relación debía ser solo de carácter profesional, sobre eso, no estaba seguro de que Sergio fuese sincero porque sabía que necesitaba una apertura para hacer que se fuera.

Pero era esa mirada, la forma de sus ojos, esa sensación de soledad que le parecía tan familiar. Si Sergio estaba mintiendo era excelente con ello, probablemente sería un muy buen agente encubierto de inteligencia, porque definitivamente era la mirada más triste que había apreciado jamás. 

—Debemos ir a dormir.

—¿Te quedarás conmigo?— 

Max solo asintió.

El pecoso sonrió de nuevo, era una sonrisa preciosa. Max estaba convencido entonces de que Sergio era genuino, quizá por el alcohol aquellos velos se habían roto y ahora el muchacho que parecía tan indefenso de verdad le necesitaba.

Ambos se acomodaron en la cama, el rubio intentó dejar algo de espacio entre los dos y no hace falta mencionar lo rígido que se sentía, al final de cuentas todo aquello era nuevo, pero Sergio no perdió el tiempo y terminó usando su brazo como almohada, encontrando un cómodo espacio entre su pecho. 

Era perfecto, como si ambos cuerpos encajaran más que bien entre sí, por eso mismo al pelinegro no le tomó mucho tiempo quedarse dormido, tan profundo y tranquilo que parecía un niño acurrucado. Max pensaba, era inusual por donde lo tomara, muchas cosas habían pasado en toda su vida y otras más estaban empezando, su rutina había cambiado drásticamente en un parpadeo pero no estaba seguro si para bien o para mal, tal vez era un poco pronto para determinarlo. 

Corruption | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora