Capítulo 30

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La soledad se había instalado en ese departamento en Mónaco. La luz de la calle ya no le era suficiente para percibir algún brillo. 

Horas atrás, por la madrugada, Max se había marchado. 

Claramente el sueño no les visitó esa noche y Sergio fue consciente de que el rubio pasó algunos segundos frente a su puerta antes de marcharse. Se vio tentado a abrir, a verle una última vez, pero el despecho tuvo más fuerza y se quedó en cama. Cuando dejó de darle la espalda a esa pesada puerta, con ayuda de la luz del día, notó un sobre blanco al borde de la misma.

Se puso de pie rápidamente, casi tropezando con las cobijas que lo abrazaban. El sobre frente a él tenía escrito su nombre en una caligrafía preciosa hecha con cuidado.

Sergio sintió sus ojos inundarse otra vez, le lloró a ese sobre de papel en sus manos y lo acunó fuertemente contra su pecho permitiéndose llorar de forma catastrófica, dejó que sus alaridos de dolor llenaran la habitación, ya no tenía que pretender ser fuerte porque ahora estaba solo. Sabía que saldría adelante, pero este momento era suyo, para su debilidad, su tristeza, su rabia.

Porque no abrió el sobre. Lo dejó intacto, tal como lo recibió se aseguró de guardarlo muy al fondo del cajón más olvidado de su armario.

Ese día fue suyo, se permitió llorar lo que debía llorar, se permitió maldecir, se permitió reírse de sí mismo. Por primera vez, se permitió sentir dolor de la forma correcta. No era justo que se quedara estático por ese hombre, no lo había hecho por su padre, su hermano, ni siquiera por Lewis. No iniciaría con Max, aunque su partida le arrancara un pedazo de su mismísima alma.

Pasaron los días. El pecoso había recibido algunos mensajes de Sebastian que preguntaban sobre su estadía en Mónaco, sobre sus estudios, sobre Max. Fue una larga historia tener que justificar la ausencia del rubio, no era secreto que tenía un origen inusual, pero tener que hablar de eso todavía podía revolverle el estómago al mexicano.

Sebastian se lamentó, también se sintió triste porque a causa de la distancia esta vez no pudo acompañar a su joven amigo. Eso mismo hacía que sintiera orgullo y que le admirara, ahora se levantó solo, dejó que ese dolor fluyera en su cuerpo y, para bien o para mal, lo había convertido en rabia y esa rabia se transformó en fuerza, misma que Sergio usó para levantarse por sí mismo. Ya no le debía la vida a nadie, era capaz de ganar sus propias batallas y pelear con sus propios recursos. 

En México se habían quedado recuerdos del inicio de su vida, su infancia, las personas de las que se había rodeado y le habían enseñado que no merecía una vida real, que no merecía más que apariencias y mentiras. Era difícil pelear con eso, pero pronto cumpliría 20 años. Junto a Max, junto a las historias en California, era momento de soltarlo todo y dar los siguientes pasos hacia adelante sin cargar el peso de su vida en los hombros.

Con el paso de los días el periodo para iniciar las clases se acercaba. Octubre era frío en Mónaco pero tenía ese tipo de escenario de película donde los árboles se volvían café y la gente compraba chocolate caliente. Sergio había empezado la universidad con una actitud optimista, no iba a decir que la soledad le había sentado bien, pero por lo menos el coraje de  levantarse cada mañana era inspirado por sus ganas de demostrar que podía solo.

—Dios, no entiendo nada ¿Por qué me dejaste entrar a esta escuela?— Cierto francés con dolor de cabeza se quejaba en una de las mesas de la sala de estudio del campus, frente a él, una libreta con ejercicios que ni siquiera intentaba mirar.

—Pero son ecuaciones de primer grado, Pierre.— Sergio rió negando con la cabeza —Se supone que eso te lo enseñan en secundaria ¿No fuiste a la escuela?

—No es eso, es que las matemáticas no son como muy mi fuerte.— Sostenía su cabeza entre las manos.

—¿Y por qué estás en una ingeniería que requiere más que cálculos básicos? 

—Porque me gustan los autos. Me gustaría poder diseñar uno ¿Sabes? Como Adrian Newey.

—Pero Newey no estudió ingeniería mecánica.— El pecoso le miró de reojo mientras terminaba un ejercicio más.

—¿Ah, no?— A Pierre se le cayó la mandíbula de la impresión y Sergio negó con la cabeza —Me voy a dar de baja.— Chilló.

No le iba mal. Había logrado hacerse de algunos compañeros que le parecían agradables. Un joven estadounidense también compartía aula con él, así que de alguna manera no se sentía tan solitario, después de todo pertenecían al mismo continente, aunque Logan pareciera sorprendido cuando Sergio se lo dijo. Pierre se había pegado como una garrapata apenas a un par de semanas de iniciar el curso, fue sencillo hacerse amigos porque tenían un humor similar y a ambos les gustaba hablar de motores y carrocerías más que de otros temas.

En poco menos de una semana el pecoso cumpliría años (Sí, ahora cumple años en octubre por el bien de la trama), no estaba especialmente emocionado porque sabía que sus nuevos amigos no tenían idea de ello y los antiguos estaban lo suficientemente lejos como para pensar en algo.

20 de octubre. Se preparaba mentalmente para ese día que sería dentro de poco, no es que viera los cumpleaños como algo especialmente emocionante, pero se había acostumbrado a organizar grandes fiestas que cubrieran su necesidad de atención con alcohol y falsos amigos. Sin embargo, había cambiado mucho de él, no tenía la mínima intención de volver a desperdiciar tiempo y dinero de esa forma, con gente que muchas veces apenas había visto un par de veces pero que igual invitaba.

—¡Checo!— Logan irrumpió su tranquila lectura en uno de los jardines haciéndole saltar en su lugar.

El pecoso se llevó una mano al pecho y maldijo bajito en español —Espero que vayas a decir algo importante para que valiera la pena el susto.

—Importantísimo.— El americano se hizo un espacio junto a su amigo y le mostró la pantalla del teléfono con el calendario de carreras de la Fórmula 1 —Hay carrera aquí la próxima semana, te dije que era algo importante.

El pecoso levantó una ceja. Miró el teléfono, luego miró al muchacho, otra vez el teléfono. —¿Ajá?

Logan abrió la boca como si lo acabaran de insultar. Era increíble que alguien no percibiera lo valiosa que era la fecha para la gente del principado y tampoco le entraba en la cabeza que un tipo tan involucrado en la mecánica como Sergio, tal parecía, no tuviera idea de la máxima categoría del automovilismo deportivo.

—Checo, es la fórmula uno. Todos quieren ir a la fórmula uno.— Habló con obviedad —Es la cúspide de la ingeniería mecánica y aerodinámica. Son, literalmente, los autos más veloces del mundo ¿Cómo puedes ser indiferente?— No era broma, no entendía.

El pecoso asintió lentamente. Fue inevitable que recordara fugazmente aquellas noches en California, cuando corría con Fito, todas las veces que había roto los récords urbanos al volante, el bullicio de la gente. Su vida había cambiado muchas veces y muy drásticamente los últimos meses. Que agobio.

—Como sea ¿Tienes planes el domingo?— Cansado del silencio del pecoso, Logan volvió a hablar, recibió una negativa del mismo —Entonces ven con nosotros a la carrera. 

—¿Nosotros?

—Yep. Pierre tiene un amigo que trabaja en la organización y consiguió pases VIP para nosotros, dice que le debían un favor, así que me dijo que te dijera.

—¿Pero que no se supone que las prácticas empiezan en la tarde?— Sergio volvió a enmarcar una ceja y una sonrisita picarona de Logan le recibió.

—Dijiste que no sabías nada.

—Yo nunca dije que no supiera, solo no me he animado a seguir el deporte o a ver una carrera.

—Es buen momento para educarte entonces.— El rubiecito se puso de pie y sacó de su mochila un gafete con una correa que dibujaba el característico logo del evento. La observó y ya estaba gravado con su nombre y una foto, miró a su amigo —Es que no podías decir que no.— Logan salió corriendo —¡Nos vemos en la tarde!


La vida es muy extraña, pero también podía ser divertida.

Corruption | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora