Capítulo 62

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El calor de su aliento era lo único que acompañaba la transmisión del gran premio de Baku. Se escuchaban aquellos característicos jadeos de fondo mientras miraba con una especie de rabia y resentimiento a la pantalla. Cada vez que enfocaban al impresionante Sergio Pérez haciendo uno de los mejores debuts de la historia, él gruñía.

Un pitido le indicó que su periodo de caminata había terminado, así que bajó poco a poco la velocidad de la máquina para terminar simplemente marchando a paso suave, su vista no se despegaba de la pantalla mientras inconscientemente suplicaba que el de pecas no perdiera el control en la siguiente curva. 

Cuando Sergio cruzó la línea de meta y se coronó como el ganador indiscutible del GP de Baku, su puño se apretó con fuerza celebrando la victoria de su hermano.

Después de todo, seguía siendo ese niño al que siempre vigiló aunque fuese muy de lejos, al que sí quería pero que no sabía cómo ayudar. Sergio era su hermano, sin importar lo que su padre hubiese implantado en su cabeza, ellos dos compartían orígenes y sangre, y aquella unión es poderosa en cualquiera de los sentidos.

Carlos seguía con su monótona vida donde la única emoción fuerte que sentía era cuando alguna cuenta parecía ir relativamente mal, cuando debía excusarse hábilmente con su padre para evitar las citas con los Donaldson, porque fuera de eso, él siempre tenía el control de todo, siempre era calculador y se anticipaba tanto a los hechos que nada parecía verdaderamente sorprenderle.

Tal vez por eso siempre envidió a Sergio, porque se había dado cuenta que lo suyo no era odio, más bien rencor. Rencor porque su hermano menor se había atrevido a salir solo al mundo, a cortar las raíces que unían sus manos y pies a su padre y ser él mismo sin temor a cometer algún error porque sabía que podía resolverlo. Carlos no lo odiaba, lo respetaba, y saber que ese era el sentimiento real le hacía enojar. No había nadie mejor que Carlos Pérez, había sido criado para ser perfecto, un hombre de negocios ejemplar de los que salen en revistas e imparten conferencias, una figura de autoridad en todos lados.

Pero ver a Sergio correr, sonreír, amar a quien le da la gana sin miedo, incluso cuando sabe que es consciente de las burlas y críticas en redes y en los medios y que le importe tan poco... Carlos también ansiaba probar de  aquella famosa libertad que todo el mundo parecía tener, menos él.

Abu Dhabi era la última fecha en el calendario y estaba apenas a unos días de llegar. Sergio ostentaba el cuarto puesto en el campeonato, sabía que pelear el título era imposible, pero es verdad que obtener ese podio le daría la ventaja que necesitaba para pasar al 3er puesto de la tabla, y lo haría, pelearía por ese tercer lugar sin duda.

Esa semana fue demasiado pesada, con los medios presionando de más por el final de temporada, los prometidos ni siquiera tenían tiempo de verse tan seguido como de costumbre. Checo se la vivía en el simulador y en la fábrica, mientras que Max se dedicaba a aprender un poco más sobre el deporte para poder entender el trabajo de su novio y apoyarlo adecuadamente. Se sentía nervioso, sabía que Sergio podía ser muy obstinado y por eso temía por su seguridad cada vez que conducía a más de 300 km/h, pero era lo que Sergio amaba y él amaba a Sergio.

Sebastian también había aparecido luego de volver de Alemania, era como si el compromiso de Sergio hubiese atraído a propios y extraños, y ni hablar de la bomba que fue cuando vía X, fue el mismo mexicano quien anunció que próximamente pasaría a ser un Verstappen. 

El mundo parecía moverse de formas extraordinarias y era como si cada persona le contara de forma indirecta lo que hacía con su vida, como si todo tomara un orden inesperado.

Quizá era por Max, quizá era por su exitoso debut en Mercedes, quizá era porque ahora sentía que podía respirar tranquilo, pero estaba claro que su mundo funcionaba.

Abu Dhabi llegó. Las cámaras no perdieron medida de Sergio y de la historia que podría hacer en esta carrera. Muchas miradas estaban sobre él y su tenacidad y talento, debía darlo todo en pista, debía demostrar de qué estaba hecho, que él podía ser campeón.

—Checo— Max se acercó a un nervioso azabache que luchaba inexplicablemente por ajustar la manga de su traje. El rubio tomó sus manos entre las propias y le sostuvo un momento, ambos se miraron. Por reglas de pista, Checo no podía portar el hermoso anillo de compromiso, pero no importó mucho en cuanto Max sujetó sus dedos enguantados y dejó un beso en el lugar que normalmente ocupaba la joya. —Esta carrera es tuya. Hazlo igual que en las otras.

Cuando los dos se miraban, se tocaban o siquiera pensaban en cada uno, era como si el entorno desapareciera. A ninguno le importó la cantidad de cámaras que los filmaban y fotografiaban, solo eran ellos dos existiendo juntos, aquello era definitivamente lo que significaba estar enamorado.

Sergio apretó con fuerza la mano de Max y le sonrió determinado. Lo siguiente que hizo fue robarle un corto pero significativo beso.

—El próximo año te traeré un campeonato.— El de pecas se alejó obedeciendo a su equipo que ya le llamaba.

El rostro de Max era inconfundiblemente de amor. Todavía no se acostumbraba a tener gente observándole todo el tiempo, pero hacía lo mejor que podía para no reaccionar de manera indebida y terminar dándole problemas a su novio, que sabía bien, era objeto de críticas sin importar lo que hiciera.

La carrera empezó, fue cardiaco ver a los 20 coches arrancar y Max se preocupó cuando Sergio perdió una posición con otro piloto, cayendo al cuarto lugar. No obstante, seguía al pendiente, sabía que la arrancada era importante pero tampoco determinaba al ganador, Checo tenía coche y talento para recortar a sus rivales y lo haría, porque lo conocía.

Un primer rebase apareció, el Mercedes con el número 11 se alejó progresivamente del rival y las estrategias cambiaron a mitad de la carrera con un safety car provocado por uno de los Haas, situación que le regaló una parada a Checo, ayudándolo así a quedar en tercer puesto apenas volvieron a correr. 

Su posición actual era suficiente, pero no sería Pérez si no se volvía codicioso, solo tenía que pasar a Charles y quitarle ese segundo puesto para perseguir a Bottas y conseguirle el 1-2 a Mercedes. Las órdenes de su equipo le sugirieron no arriesgar, pero podía intentarlo siempre que no pusiera en peligro la carrera.

Checo conocía bien el significado de pelear y fue justamente lo que hizo cuando, apenas a centésimas de Charles, logró cruzar la línea de meta en segundo lugar, consiguiendo así el tercer puesto en el campeonato de pilotos y distando del sub campeonato de Jules apenas por un par de puntos.

Esta era la nueva vida de Checo, era la realidad en la que quería vivir por el resto de sus años. 

Amaba su trabajo, a sus amigos, amaba a Max. No podía codiciar a nadie que no fuese él mismo, había construido la vida perfecta junto al hombre perfecto. No quería cambiar nada.

El fin.

Corruption | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora