29

120 8 0
                                    


—Que novedad. — murmura ella y sonrió para mis adentros.

Siempre es igual.

—Rubia.

—Joseph. —Ella no me saluda con beso y abrazo, muchas cosas cambiaron entre nosotros. Ella lo sabe, yo también.

Le debo, le debo bastante, sin embargo, no lo suficiente para vivir en una mentira.

Carola.

Una belleza de mujer que se ha metido en mi vida y que tiene en su poder muchos de mis secretos.

Su vestido es rojo sangre, su pelo recogido en un moño en la parte baja de su nuca. Sus labios están pintados suavemente con el mismo tono del vestido, el cual destaca aún más su tono blanco leche y piel sedosa que muchas veces lamí y aproveché cada momento.

—No creí que fueras a venir.

—Soy parte de la empresa.

—Sabes muy bien porque lo digo.

—Estoy bien.

—¿Seguro?

Su tono, su voz, sus ojos preocupados, su mirada cargada de sentimientos. Joder.

Creí que ya estaba todo olvidado entre nosotros.

—Carola..

—Es solo preocupación, Joe.

—No quiero lastimarte.

—No lo haces...

Pero claro que lo hacía.

Ella estaba enamorada, se había enamorado la muy tonta de un hombre dañado, de uno que no podía ofrecerle más que un polvo de vez en cuando.

—Te ves bien.

—Estoy bien. — presiento que va a decirme algo más, en cambio, ella se marcha, da media vuelta y se aleja.

Miro a todas partes, siento que me observan, quizá el delirio de persecución ahora es más fuerte.

Joder.

Necesito un trago.

La historia con Carola se fue más allá, yo no deseaba que ella sufriera, no quería. Es una mujer excepcional, periodista de vocación, le gusta trabajar, no es una mujer de esas que solo sirven para ser adornos. Ella siempre ha estado de mi lado, ahí cada vez que me emborrachaba como una mierda, mi chofer ya le conocía y dejaba con ella en el apartamento. Ella vio partes de mi, que nadie más, ni siquiera mi hermano ha visto.

—Apuesto a que pagarías lo que fuese con tal de irte de aquí.

Me giro y sonrío, puedo jurar que si es cierto.

Odio las fiestas llenas de gente rica que solo quiere presenciar el morbo.

Esta gente solo está aquí por eso, disfrazando su interés morboso con el supuesto deseo de ver a mi hermanastro ser presentado oficialmente.

—Gracias por venir. En verdad, sigo diciendo que esto no era necesario.

—Mi hermano es muy correcto. Nuestro hermano. —Corrijo mirando a Marco. —Él no va a dejar que la prensa especule. Para él es importante el apellido.

—No llevo su apellido.

—A él le da igual. Te lo debe.

—Antoine no me debe nada. Esto ha sido una confusión. Un error.

—En eso estamos de acuerdo. —le digo y tomo una de las copas de vino tinto que iba pasando en manos de una bandeja de uno de mis mozos. —Pero él tiene un remordimiento mayor del que puedas siquiera imaginar. Él siente que te lo debe porque no tuviste lo que nosotros.

Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora