Epilogo

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Entramos a mi casa y aguardo en una esquina de la cocina hasta que la cafetera termine de subir.

El lleva un suéter gris con unos pantalones cortos blancos, totalmente informal. Muy distinto al formal Joseph Bourdeau al que estuve acostumbrada a ver.

Su cabello esta mas corto, mucho mas corto, casi al rape, lleva barba levemente larga pero bien recortada.

Su perfume es tan suave pero de esos que dejan huella si te acercas lo suficiente.

Lo cual ansiaba por hacer. Queria hundir mi rostro en su cuello e inhalarlo todo. Había soñado con este momento durante meses, pensando que jaamas sucedería.

— Es una casa muy bonita la que tienes, Ruthe. — dice devolviéndome a la realidad, mientras observa todo.

Todo.

Me siento presa de su mirada intensa, de su forma tan detallista de mirar todo como si estuviese tomando fotos mentales.

— Gracias.

¿Nada mejor que eso?

— ¿Eres feliz?

Pienso un momento la respuesta.

No se a donde quiere llegar.

— ¿Por qué buscarme luego de tantos meses, Joseph? ¿Qué haces realmente aquí?

— No respondiste mi pregunta, Ruthe. — dice dando dos pasos con dirección hacia mi, pero gracias al cielo, la cafetera hizo su trabjao y comenzó a sonar avisando que ya estaba el café.

Me alejo de el, y sirvo dos tazas, le extiendo una y el medio sonríe, meintras extiende la mano y la toma, no son antes rozar mis dedos y hacer que mi cuerpo se erizara de peis a cabeza.

— ¿Lo tomas sin azúcar aun?

Recuerdo el primer dia que amanecimos jutnos en aquel hotel. Sin azúcar, sin crema, sin leche. Solo café.

— Sin azúcar.

Sus ojos verdes están clavados en mi. El sonríe mientras da un sorbo a su café.

— Perfecto.

— Gracias.

— Solias hablar mas que una palabra. ¿Qué pasó?

Tu. Tu pasaste.

Al menos eso quise decirle.

Tú llegaste y ahora no puedo pensar con claridad.

— ¿Quieres salir al portico? Afuera hace mas fresco. — Le digo al sentir que mi camisa comenzaba a provocarme mas calor que antes.

¿El verano de repente quiso volverse mas caliente?

Joder.

Camino con dirección a la salida y escucho que sus pasos no me siguen.

Doy media vuelta y me topo con el de frente.

— ¡Joder! — farfullo. — el café se ha esparcido por todo su suéter y me muerdo los labios al darme cuenta que va a comenzar a gritar.

Tal como la primera vez que nos vimos. El odia estar sucio o arrugado.

— Dios, lo siento....no sabía que estabas tan cerca. Lo siento. No te escuché...

— Es solo ropa. — dice.

Lo miro y con los ojos abiertos de par en par, la taza de café en la mano a punto de caerse, mi cuerpo esta lánguido y lo único que puedo pensar es que este no es mi Joseph.

Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora