Capitulo Seis

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Me quedo de una pieza al escuchar como el hombre habla me mira, me observa como si yo fuese un ser de otro mundo, uno muy feo y uno al cual él quisiera meter en una bolsa y lanzar al vacío.

—No se imagina cuánto lo siento en verdad lo lamento mucho permítame por favor la pagarle la tintorería de la camisa.

—Es usted loca o ciega? Esta camisa vale mil dólares!

—Discúlpeme de verdad— Abro los ojos si ni siquiera proponérmelo ¡Mil dólares una camisa blanca!

—¿Acaso no me escuchó que me disculpe?

—Lo que entiendo es que ustedes vino a este bar simplemente causar problemas.

—¿Sabe qué? Usted puede aceptar o no mis disculpas...

—Y por supuesto que no las acepto. — Y asi, sin más, él se fue como si estuviese acostumbrado a hacer siempre lo que quisiera, como si no le importara nadie mas que él mismo en lo absoluto, ni mucho menos lo que yo estuviese pensando o en la cantidad de veces que me había disculpado por el pequeño inconveniente y error de haberle lanzado en mi sangría en su camisa blanca.

Cosa que aunque él se pensase que no, todavía tenía la mancha roja en la camisa, estoy segura que él lo sabía y eso era lo que le incomodaba no escuché murmurar bastante claro una camisa nueva, ¿quién demonios iba a un club con una ropa nueva?

¿Quién se ponía algo nuevo para ir a un club atestado de gente?

De inmediato se me ocurrieron dos opciones tanto el loco de la camisa nueva blanca como esta loca que estaba aquí parada frente al espejo mirándose con rabia como si en verdad quisiera destruir El Mundo principalmente a este Rubio de ojos claros.

Mi piel se erizó por completo tan solo de pensar en la forma en como él me observó era una medida tan intensa, creo que jamás nadie había dedicado 5 segundos de su tiempo a mirar media de aquella manera una forma tan fuerte como si en verdad pudiese traspasar mi alma.

Lo que sí es cierto es que a pesar de todo, este desquiciado, arrogante prepotente, y altanero rubio de ojos claros ha conseguido sacarme por lo menos unos escasos minutos de la cabeza las disoluciones que me habían arrastrado hasta este bar esta noche. El sin darse cuenta había hecho que yo olvidara todos mis problemas.

Sin embargo, no soy María Magdalena, ni tampoco soy la Madre Teresa de Calcuta para perdonarle la forma en la cual me ha tratado, aún cuando me he disculpado varias veces.

¡Que se vaya el diablo él y su maldita camisa de Mil dólares!


Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora