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—Escucha, Ruth, si tienes razón, lo se, la vida es difícil, la vida te está golpeando como ninguno de nosotros jamás haya experimentado—, Esta vez es Verónica la que se coloca frente a mí ocupando todo el campo de visión e impidiendo que siga viendo la espalda de las dos personas que acaban de traicionarme. Jamás en mi vida me había sentido tan traicionada. —No me digas que vas a ser tan pendeja de darles el gusto de verte destruida.

—Verónica no sé que hacer, no sé no sé qué decirte yo no lo sé. —Murmuro con los ojos humedecidos —¿Qué es lo que quieres que te diga? ¿qué es lo que esperas que te diga.?

—Yo no estoy esperando que digas nada, estoy esperando que hagas estoy esperando que te montes en ese jodido coche y te largues a pasar la mejor noche de tu vida.

—Ellos no merecen que estés llorando, no merecen que te quedes aquí hecha un manojo de tristezas, ellos no pensaron en ti en ningún momento, cariño. ¿Por qué vas tu a pensar en ellos ahora que puedes disfrutar un poco?

—Y sabes una cosa? A la mierda con el francesito.. —dice verónica mirando de reojo al chofer. —a la mierda con el si solo te está usando como florero para vaciar....

—¡Veronica!

—Tu me entiendes. — dice ella subiendo y bajando los hombros con un movimiento de despreocupación total. — tienes veintiocho años. Por una vez en tu vida, vas a escogerte a ti. Vas a ser feliz tu.

Y asi lo hare.

Lo hare y luego lloraré.

Esta noche disfrutaré y luego pensaré que hacer con mi hermana.

Pero me las voy a cobrar.

Me vieron todo este tiempo la cara de estúpida. E

***


La llegada al edificio de Joseph, donde el chofer me dejó informando que allí era el punto indicado por su jefe, fue tan escandalosa como jamás pude haber imaginado. Me caí de bruces en los escalones y mi rodilla chocó con el filo de uno de estos, haciéndome un pequeño corte que él casi mancha mi falda de no haber sido porque éste era absolutamente corto. Mi hermana y mi mejor amiga tenían el afán de decirme que vestía demasiado recatada, como si fuese una mujer casada con cuatro hijos. Pero es que ellas no entienden que en verdad me siento más cómoda sin demostrar y enseñar todo lo que tengo en mí.

¿Has visto a una maestra de historia con una falda corta y una blusa de tirantes caminar en plenas calles de Montreal?

Seguramente no.

—¿Está bien, señorita? —Me pregunta el seguridad de la puerta, nada más verme entrar. — parece un corte serio.

—Un pequeño accidente nada más. —Le digo intentando mantener la compostura y evitar que mis mejillas sonrojadas se vean más alteradas de lo que ya me imagino están.

Giró la cabeza hacia atrás, esperando que el chofer me indique en qué lugar voy a subir, pero solamente veo las puertas del ascensor que esperan por mí y el seguridad que me sigue observando, como si yo fuese una intrusa.

—Voy al apartamento de...—Me detengo. Ante mi estupidez. Una risa nerviosa se escapa de mis labios y el hombre me mira aún más confundido. ¿Cuál era el apellido?

—¿De..? — pregunta para que termine la oración, pero no puedo, porque no tengo idea de cuál es el apellido de Joseph.

En ese momento, las puertas del ascensor se abrieron y, soltando una exhalación sumamente nerviosa. Veo con gratitud y felicidad a mi salvador, caminando hacia mí.

Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora