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Llegamos y de inmediato me sentí como si hubiese trascurrido un mes desde la última vez que pisé el apartamento, sin embargo, tan solo unos días.

— ¿Chocolate o café?

—Café.

— ¿Estas segura?

—Me iré duchando y me pondré pijama. Hoy no saldré de casa.

— ¿No quieres que busquemos ropa y nos vayamos donde Vero? —le pregunto. No quiero dejarla aquí. Sin embargo, yo no puedo quedarme aquí.

— ¿No vas a quedarte?

—No puedo hacerlo, linda. No quiero estar aquí. Y es mejor que no sea así para cuando Amanda llegue.

—Vaya, ya no le dices mamá. —murmura ella y me da la espalda para luego meterse a su habitación.

Suelto un suspiro y voy hacia la cocina para poner la cafetera.

Sabía que esto iba a ser difícil. Ella tiene veinte años. Es normal. La misma verónica me lo hizo saber.

No es su culpa estar envuelta en esta mierda descabellada.

Mi móvil suena y me asombro de que después de esta lluvia aun funcione.

— ¿Llegaste bien? — Es Joseph.

—Estoy bien.

— ¿Y tu hermana? — el silencio se acerca a nuestra conversación y medito lo que diré. Joseph solo aguarda.

—No sé cómo esta ella.

—Pero está contigo.

—Lo está.

—Bien. —es su única respuesta.

—Lamento que tuvieras que escuchar todas mis desgracias. Entiendo si no quieres volver a verme. La verdad es completamente comprensible. Seguro que tú te traes tus propios problemas como para que yo venga a cargarte con los míos.

—No me importa escucharte. —dice. —es un placer para mi saber que puedes hablarme.

Comienzo a colocar la cafetera y dejo el móvil en speaker.

—Te había dicho que debía contarte algo.

—Anda, dímelo. A lo mejor me distrae.

—No puedo hacerlo por teléfono, Ruthe. —dice en tono serio y puedo jurar que en este momento se está pasando la mano por el rostro con exasperación. —es importante.

—Puedes decirme. Te aseguro que nada puede ser peor que descubrir que tu familia no es tu familia.

—Depende de cómo veas las cosas que te suceden, estas pueden ser peores o mejores.

—No se trata de puntos de vistas sino de realidades. — refuto. Me recuesto del desayunador y espero por la cafetera. Me coloco el móvil en la oreja para evitar que mi hermana se entere de cualquiera que sea esa información que él quiere contarme. —anda, dímelo ya.

— ¿Te duchas?

—No. — le digo frunciendo el ceño por su cambio brusco de tema. —lo haré en un momento

—Pescaras un resfriado.

—No lo haré. —digo.

—Debo irme a Francia mañana.

—Vaya...—me agarra totalmente por sorpresa y no sé qué decir. Por alguna razón me dan deseos de llorar.

Tomo aire y pienso en mil cosas que decirle pero ninguna tiene coherencia.

Él no me debe nada.

Yo tampoco a él.

Somos dos desconocidos que coincidimos en Montreal. Nada más.

Yo una simple profesora de historia y el, el un multimillonario francés que vive su vida como le plazca.

No tenemos nada en común aparte del sexo.

Uno que jamás creí experimentar con nadie. Con Joseph la intensidad es increíble. Su fuerza, su virilidad, su forma de tratarme como si en verdad fuese preciosa ante sus ojos.

Aunque luego despierte y tenga claro que no soy una belleza de mujer, en los brazos de ese hombre, así sea por escasos momento, me siento feliz, realizada, única.

—Ten un buen viaje. —digo finalmente aunque el nudo en la garganta me dificulta hablar.

—Quiero que vengas conmigo. —dice el en cambio, sorprendiéndome. — ¿Te animas?

—Yo...

La cafetera comienza a sonar y cierro los ojos unos segundos para enfocarme en mi presente.

En mi realidad.

Yo irme a Francia no está en mis planes.

Joder que nunca he salido del país.

¿Francia?

¿Ruthe Milá Bernard en Francia?

—No se...

—Te regreso en una semana. Tómalo como unas vacaciones improvisadas. ¿Nunca has querido hacer algo sin planificarlo?

—no. —respondo. Soy calculadora. Aunque no me salgan las cosas como deseo, lo cierto es que todo lo calculo y pienso y repienso antes de hacerlo.

No soy impulsiva.

Mi vida, mi físico, mis inseguridades. Nada de esto me permite ser impulsiva.

— ¿Por qué quieres llevarme? — le pregunto mientras sirvo las dos tazas de café. Queda un poco en la cafetera, y estoy segura que luego me lo tomo. — ¿Por qué yo?

— ¿Siempre te minimizas así?

—Tengo que quedar a mi hermana.

—Presiento que tu amiga no la dejara sola.

— ¿Por qué insistes?

— ¿Por qué no hacerlo?

— ¿No tienes una modelo o reportera a la cual tener en tu cama en Francia?

Maldición.

El silencio vuelve otra vez a la línea.

Maldición.

—Joseph...

—Tienes razón Ruthe. —dice. —Que tengas bonita noche. —y seguido acaba la llamada y me quedo mirando la pantalla con los ojos abiertos de par en par.

Maldición. 

Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora