No puedo creer que fui tan tonta de pensar que mi hermana menor en algún momento tuviera alguna clase de simpatía conmigo. Nunca en verdad he sido más ilusa en estos últimos 2 días que lo que jamás he sido toda mi vida.
Ilusa al pensar que Cristóbal iba a escogerme a pesar de todo. Tonta al creer de Cristóbal iba a quedarse conmigo después de un par de meses, fui tan tonta al haberme acostado con él y entregado mi virginidad.
Más estúpida aún de creer que mi familia iba a comprender por el dolor que estaba pasando. Al menos sin necesidad de decirle que estaba sufriendo.
El 14 de febrero, estoy recostada en la puerta de mi habitación sintiendo que mi mundo se desmorona. Las lágrimas comienzan a bajar y me las quito de un manotazo, sintiendo Como el poco maquillaje que me he colocado seba entre las lagrimas.
¿Desde cuándo ser feliz se ha convertido en un martirio? ¿Desde cuándo ser feliz ha convertido en una tortura?
Al menos para mí, eso es lo que es.
Desde los 8 años supe que yo era distinta, desde que mi hermana menor nació. Todo en mi hogar cambió.
Mi madre se enfrascó en seguir haciendo comerciales, aunque tenía 3 hijas a las cuales cuidar. Nos dejaba con niñera. Mes tras mes una diferente. Según ella le contaba a sus amigas, ella era que nos cuidaba, pero todo era mentira.
Ante la sociedad, mi madre era la madre perfecta, la ama de casa desvivida que se había matado para criar a sus hijas.
Sin embargo, mi madre vivía de las apariencias y así habían salido sus dos hijas menores. Me imagino que los pensamientos de mi madre eran en qué había fallado conmigo.
Porque su hija mayor salió tan distinta a ella.
Me levanto del suelo con el vestido pegado a mis nalgas. Tiro de él con rabia mientras siento que entre el sudor y las lágrimas he comenzado a arruinar por completo mi San Valentín.
Creí que este San Valentín sería especial.
Creí que estaría más especial que los anteriores que he tenido. Sin embargo, me doy cuenta que nuevamente fui una tonta al creer que El Mundo podía traer algo bueno para mí.
—Abre la puerta niña. —Mi madre, tan amable como siempre, comienza a tocar la puerta con rabia. Conozco ese tono de voz, lo ha empleado conmigo desde que tengo uso de razón.
Siempre que mis hermanas hacen algo y la responsabilidad recae sobre mí.
—No quiero hablar contigo ahora, mamá.
—Abre la puerta, Ruthe, ahora mismo. —Dice ella, aún con más fuerza.
Sé que mi madre no va a moverse de allí a menos que yo abra la puerta y le dé una excusa tonta por la cual he estado llorando.
Así que, tomando una respiración profunda, me acerco a la puerta y vuelvo a abrirla.
—¿Qué es lo que pasa esta vez, Mamá? No estoy de ánimo. —Le digo de inmediato, sin embargo, ella me ignora y entra a la habitación haciéndome a un lado.
—¿Por qué es que siempre te regodeas en tu miseria, en tu tristeza? —Pregunta ella nada más entrar a mi habitación, ahí abrir los brazos, como si lo que estuviera en mi habitación fuera más que suficiente para entender su punto. —Estás arrastrando a toda tu familia con esta mala vibra y este deseo de tirarte en un rincón a llorar. Tus hermanas ya no saben qué hacer para hacerte feliz. Tú solamente buscas el lado negativo de todo, como si nosotras tuviéramos la culpa de la forma en que te ves o te sientes.
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Una esposa para francés
RomansaRuthe Milá Es una joven de pelo oscuro como la noche, ondulado y largo hasta lo bajo de su espalda. Sus ojos, son de un hermoso verde color esmeralda y posee un cuerpo curvilineo, para muchos el tan nombrado "Talla Plus" Para sus amigas, es la gord...