CAPITULO 22. SOLA

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Después de 2 copas de espumante logro entender lo que Verónica Sánchez me está diciendo.

—¿Y tú crees que fue en el que le contó a todo El Mundo?

—Yo creo no, estoy segura de que él fue, por lo menos me lo contó a mí directamente.

El muy desgraciado, les había dicho a todos que yo había rogado por una relación. Que yo ya había estado hablando detrás como un perro faldero desde la Universidad.  Que yo no era más que un premio de Consolación ya que él no había podido conseguir a la mujer de que en verdad estaba enamorado. Yo era un mientras tanto, esas habían sido sus palabras.

Ni siquiera llegué a ser la mujer del proceso, para él fui tan solo un mientras tanto, en lo que conseguía algo mejor. 
La mujer con la cual podía desahogarse. 

Una vasija en la cual vaciarse cada vez que tuviese el deseo de tener sexo. 

Jamás hicimos el amor, jamás me trató como lo hizo ese desconocido anoche.

—No puedo creerlo,sencillamente no puedo creer que lo que me estás diciendo. 

—Cariño , hay cosas peor que ser la mujer del momento.

—Es estúpido me dijo que me amaba.  No con exactamente esas palabras, pero...

— ¿Te compró una casa? ¿Te compro un carro? ¿Te llevó a París a conocer la Torre Eiffel? —preguntó ella. —No me hables de amor si no te dio absolutamente nada en estos meses. 

—El amor no es algo que se pueda demostrar comprando cosas, yo no soy así y él lo sabe. 

— ¿Y qué es lo que eres? —Preguntó ella mientras pedía la cuenta — ¿Qué es lo que quieres hacer eso es lo que tienes que preguntarte hoy?  Ese hombre ha destruido tu reputación en el colegio, te ha dejado aún peor de lo que estabas.

—Sé que lo estás haciendo con las mejores intenciones, pero tus palabras me duelen.

—No me gusta siquiera hablar con ninguna de las mujeres del colegio, todas son superficiales, aún mucho más que yo, y eso mi querida es mucho decir.  —Dijo ella mientras colocaba a su tarjeta platina dentro de la porta cheque y el camarero se la llevaba. —Me he acercado a ti, he conseguido tu número telefónico porque quiero cambiarte, quiero arreglarte. 

—No estoy dañada no necesito que nadie me arregle puedes irte con tu compasión a otro lado. —De repente me di cuenta que para esta bella mujer yo era algo así como un trabajo social y yo no necesitaba aquello.

—No seas estúpida.  —Abro los ojos de par en par y no sé siquiera cómo reaccionar a esto. —Soy bastante directa y franca cuando quiero algo y cuando deseo ayudar a alguien. No estoy haciéndolo porque quiera tener algo que ver con tu evolución como mujer.  Estoy haciéndolo porque no tengo una sola amiga aquí en Canadá y por qué, lamentablemente aceptable este trabajo porque estoy escapando de algo de lo que no quiero hablar así que ni me preguntes.

Me quedo mirándola sin saber qué decirle cómo ella puede estar escapando de algo. Es hermosa de los pies a la cabeza. ¿Qué problemas puede tener?

Verónica Sánchez es la típica mujer 90-60-90, su cuerpo es perfecto, su figura es perfecta. 

—No sé qué es lo que me estás diciendo.

—No voy a dejar que una mujer como tú, con tu inteligencia, con tu cuerpo, esos ojos tan hermosos que tienes, se deje pisotear y exterminar su reputación porque un malnacido no pueda follarsela.

El camarero llegó con el portacheque y se quedó de piedra al escuchar a verónica hablar así.

Al menos yo me di cuenta.

Sin embargo, ella siguió hablando como si nada.

La mujer no tenía filtro alguno en su lengua.

—Eres bella, pero te comportas como si te avergonzaras de tus curvas, de tu inteligencia. No puedo seguir viéndote en los pasillos hablando cabizbaja y almorzando sola. No puedo seguir viéndote caminar por el parqueo del colegio cada tarde al final del turno con esos zapatos marrones tan horrible que usas.

—Yo...

—Seré tu amiga, Ruthe. De ahora en adelante. Seré esa con la que almuerzas en el colegio y con la que sales a tomar sangría los viernes por la noche.

—Estoy segura que tienes algo mejor que hacer...—farfullo y me doy cuenta que estamos solas.  Ella toma mi mano y comienza a caminar alejándome sin poner resistencia del café. —seguro que tienes muchos compromisos y personas con las cuales salir. No tienes que...

— ¿Cuántas amigas tienes? — ella se frena e interrumpe mi discurso. —Dime ahora que tienes un hombro en el cual llorar y que la carrera de psicología que he terminado me ha pasado por la suela de los zapatos y no estoy entendiendo el patrón de autoflagelación que padeces cada día. Dime que me equivoco y que no eres insegura con tu cuerpo o con la opinión de los demás sobre cada palabra que dices.

No pudo hacerlo.

El nudo en la garganta se hace cada vez más fuerte.

No pudo tragar ni tampoco hablar.

—No estarás sola a partir de este momento. No voy a dejarte sola. Así que... ¿A cuál tienda vamos primero?

— ¿Có...cómo? —

—No creerás que voy permitir que ese desgraciado canadiense no se arrepienta de haberte dejado. — dice ella mientras le hace señas a un taxi que por allí pasaba. — tendremos un cambio de closet. Primero lo fácil...luego, mi pequeña Ruthe...te ayudaré a ser esa mujer que sé que deseas ser. Una que no se deja pisotear.

Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora