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Cinco meses después...

La mañana me sonreía más que nunca y me siento levemente feliz.

Me levanto de la cama y me dirijo a la ducha con intenciones de tener un excelente día.

Las vacaciones escolares han llegado y finalmente me tomaré unos días para regresar donde mi familia en Burdeos.

Necesito escapar un poco de Montreal. De los recuerdos.

No quise hacerlo antes porque trabajar con mis niños, enseñarle me distraía, me hacía no pensar en él.

Suelto un suspiro y me meto en la ducha dejando que el agua se lleve mis penas, algo que aparentemente se ha convertido en una rutina en los últimos meses.

Mi teléfono celular suena, sin embargo, lo dejo que se pierda la llamada.

Quien sea que me esté llamando puede aguardar cinco minutos a que me duche.

Me coloco la camisa blanca mangas cortas que había escogido desde el día anterior, pantalones negros holgados y unas sandalias negras. Me meto al cuarto de baño para quitarme el gorro de la cabeza que me he puesto para cubrir el cabello negro recién arreglado del día anterior y miro el tatuaje en mi muñeca derecha que me he hecho hace tres días y que recién comienza a secarse.

Un sol.

Mis ojos se inundan con lágrimas al pasar los dedos sobre el tatuaje.

Tu eres un sol que jamás debe dejar de brillar aun en días nublados.

Al menos siempre llevaré una parte de lo nuestro conmigo.

Me miro al espejo y casi no reconozco la mujer que está enfrente.

Mi rostro se ve más brillante y las ojeras han ido desapareciendo con el tiempo. Salir a trotar todos los dias se ha vuelto para de mi rutina. Mi salud ha ido mejorando, mi estabilidad emocional se ha ido recomponiendo poco a poco.

Intento disfrutar lo más posible de mi independencia. Hace cuatro meses que me mudé del apartamento de Verónica, ella se regresó a Estados Unidos y nos escribimos todos los días, estoy segura de que quien ha llamado ha sido ella para verificar que aún sigo con vida, porque según ella, no puede dejarme una hora sin darme seguimiento pues me pondré a llorar.

Lo que ella no sabe es que me siento con fuerza, que poco a poco he ido recuperando eso que creí perdido.

La confianza en mí misma.

El verano está fresco, increíble. El brillo del sol se cuela por mi ventana y el trinar de los pajaritos me hace sentir como si fuese parte de un cuento.

La casa que he rentado es hermosa, acogedora, con un pórtico entablillado y un jardín enorme en el cual los fines de semana me he dedicado a sembrar toda clase de flores.

El aroma del cerezo que tengo justo frente a mi habitación me relaja.

Finalmente Tengo mi propia casa.

Tengo mi hogar.

No es en Montreal, vivo en las afueras, y aunque tenga que conducir un hora para llegar al colegio, lo cierto es que la paz que se respira aquí, es diferente a lo que había experimentado en el centro de la ciudad. Yo anhelaba esta paz conmigo misma.

Salgo de la ducha y Max me recibe correteando.

Mi perro Max es un labrador, negro y de pelo largo.

— Hola, tesoro. Tu también estas despierto temprano, ¿eh?

Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora