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Me provoca ansiedad. Los nervios los tengo de punta. No puedo irme a casa. Como una sonámbula he entrado al curso para dar la última clase de el día. La última antes de ir a la oficina de la directora. El problema en el pasillo con Cristobal no ha tardado nada en escalar los departamentos correspondientes. Una hora después de puro cansancio mental, consigo dar por terminada la clase casi a punto de echarme a llorar.

Me dirijo hacia el departamento de orientación, para luego pasar directo a la oficina de la hija de la retirada directora del colegio. Martha Reed fue la que me contrató y creyó en mi. Ella fue quien me dio la oportunidad de estar aquí. He estado allí muy pocas veces a lo largo de estos años. No soy una maestra que se trae los problemas a casa, ni tampoco una que tenga temas con sus alumnos.

Puedo admitir que soy bastante normal y casi inexistente. Mis gustos no son los mismos que los de los demás, muchos maestros de mi edad, y de años aún mayores, otros menores, como es el caso de Verónica, sin embargo, yo no atraigo chismes, no más que comentarios sobre mi peso y falta de sentido de la moda.

—¿Me mandaste a llamar? — le pregunto a Katlyn Miller nada más entrar.

—Buenas tardes, Ruthe. Entra y cierra la puerta. —Joder. Tan educada y simple. Pocas palabras, grandes problemas. —La conversación la estaremos teniendo frente a Verónica, que ya la conoces, quien estará fungiendo la posición de colega y también testigo.

—¿Testigo?

—Si, Ruthe. Pero toma asiento, es mejor si estamos cómodos.

—Hoy no estoy muy a gusto, Katlyn, lo que tengas que decirme, hazlo ya. Si vas a suspenderme por la escena de hace un rato, hazlo. Si quieres adelantar mis vacaciones, hazlo también. La verdad es que reconozco mi fallo y no tienes porque traer a Verónica para esto.

—Entendemos que tu vida personal está afectando tu desempeño. En tres años que llevas con nosotros, jamás te has ausentado. Lo hiciste recientemente. Hace dos dias. No diste excusa válida. Te borraste de la faz de tierra. No respondíste ningún email

—Lo lamento, no tengo excusa para esto. —Miro la pantalla del móvil, los mensajes de mi hermana siguen llegando. No. No se que hacer o decirle a Nasha.

La mujer de cabello oscuro y ojos azules me mira fijamente.

—Ruthe, has hecho un trabajado ejemplar...

—¿Van a despedirme? —En ese momento, me doy cuenta que la conversación va más allá.

—Cristobal ha llenado una plantilla, informando cómo has intentado destruir su imagen y representación.

Silencio.

—¿Entiendes lo que te digo?

—Acoso. —Susurro.

—Ha dicho que le has desmeritado delante de todos y que los alumnos ya no van a respetarle. No a menos que ellos vean que tienes una consecuencia por hablarle así. —Katlyn habla como si esto fuese normal. Como si ella no fuese mujer y jamás se hubiese sentido tan dolida como yo.

Y es que estoy segura de que si hacemos un estudio de mercado, si planteamos una estadística, el 97% como mínimo de las mujeres habían sido engañadas, utilizadas y luego acusadas de estar loca y ser un peligro para la sociedad.

—Tu estuviste ahí, Verónica. Sabes muy bien...

—Que le dijiste que era un desgraciado que no merecía enseñar. Si. Estuve ahí. No dijiste nada que no fuese cierto.

—¿Entonces?— Pregunto sin comprender.

—Tampoco lo que Cristobal dice deja de ser menos cierto, Ruth. — dice ella y veo como traga con dificultad. —Ambos en este caso han hablado la verdad.

—No puedo creerlo. Después de todo, después de lo que ha dicho de mi...

Ambas mujeres se quedaron en silencio. Puedo notar la incomodidad en Verónica, como se retuerce las manos y me mira con ojos a medio morir. Está siendo obligada a estar aquí.

—No estamos hablando de que él no esté actuando deplorable al comprometerse con tu hermana menor. Pero eso es personal de él. Es su vida personal. No puedo dejar que tus sentimientos y tu despecho influyan en el mejor profesor...

—¿El mejor profesor? ¿Cristobal?

Enarco una de las cejas y le miro casi queriendo golpearle la cabeza del escritorio. Ella no se inmuta ante mi tono. Me extiende una hoja ya impresa y con el sello de la institución.

—Katlyn, con todo respeto....

—No digas nada que se que tu juicio no está claro. Sé bastante bien que ambas viven juntas y que son amigas. Me alegro, pero aquí estás como testigo y punto. No necesito saber lo que piensas de esta situación.

—Soy una profesional pero esto es excesivo.

—No voy a tolerar esta clase de actitudes en mi colegio. No después de tanto.

—Es una locura suspenderla a ella y no a él. —Replica Verónica y ya entiendo lo que está redactando en la carta. —Estas siendo injusta, Katlyn. Él es quien debe ser suspendido y punto.

Verónica toma la carta y se la extiende nuevamente a Katlyn pero yo le detengo.

—¿Donde firmo?


Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora