Capitulo 18

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Era tan erótico, tan primitivo y distinto.

Diferente.

Era lo que yo necesitaba sin saberlo.

Cansada de querer que me quisieran de esta forma, buscando este anhelo en un hombre que solo sabía hacer la posición del misionero.

Obviamente conmigo debajo porque mi peso no era algo que él quisiera cargar.

Maldición.

Me dan ganas de llorar con solo recordarlo.

Pero no arruinaré mi momento. No voy a dañar con esos recuerdos el que probablemente sea el mejor momento de mi vida.

El mejor que tendré.

—Mírame, Ruthe. —él me ordena. Ya no tiene ese tono delicado que había estado conservando. Está siendo más duro, más intenso y masculino.

—Yo no sé...

—Si sabes. Lo veo en tus ojos. Veo el anhelo que tienes. Veo que me deseas. Tus ojos verdes son como dos pozos de agua cristalina. ¿Y sabes que veo?

—Uhmm...

—Veo el deseo en ellos. — él le da un sorbo al vino y luego me da la copa, yo la sostengo sin entender. — Ya eres mía, solo que tu cerebro no quiere reconocerlo.

— ¿Siempre eres tan seguro?

—Cuando algo me gusta, sí. — dice comenzando a quitarse la camisa. La dobla y deja encima de la silla que tiene un escritorio enfrente donde veo una laptop cerrada. Su cuerpo es increíble. Él se gira hacia mí y veo el cuerpo de un atleta, de un hombre que debe pasar muchas horas en el gimnasio y una vida muy saludable. Se nota que hace ejercicio.

—No sé nada de ti...

—Ni yo de ti pero eso no es una preocupación para mí.

—Solo sé que no eres de aquí.

—No lo soy. —dice. Pero no especifica nada más. —no es necesario que sepas nada que pueda generarte dudas más adelante. Vive el momento como si fuese el mejor que tendrás.

— ¿Así lo haces tú? — inquiero frunciendo el ceño y cruzándome de brazos mientras observo como él se quita la correa seguido de los pantalones y los acomoda encima del escritorio, doblados, organizados.

El tipo es organizado a más no poder.

Antes no me había dado cuenta pero hasta la cama está bien hecha de no ser por el par de arrugas que le he hecho yo cuando él me ha llevado hasta ella.

—Piensas mucho las cosas y pierdes tiempo precioso. —joder, claro que si. Pienso y repienso.

Cada decisión mía es calculada.

Pues cada una de ella será juzgada por mi madre y hermanas.

—Tomate el vino si eso te hará querer que te coja. — dice acercándose a mi con solo los bóxer puestos y una obvia erección que no disimula y que yo no puedo dejar de ver.

—Tu seguridad en verdad es odiosa.

—Todo en mi lo es. Lo asumo y lo interiorizo. Estas a un paso de aceptarme en tu interior. No tengo porque disimularlo y poner palabras bonitas cuando lo único que haremos será follarnos toda la puta noche.

Le doy un sorbo al vino tinto seguido de otro más.

—Dos tragos no van a convencerte. —dice.

—No necesito que el vino me convenza de hacer nada.

Una esposa para francésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora