CAPITULO 22

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"Estoy tan cansada, sentada aquí esperando
Si escucho uno más: Solo ten paciencia
Siempre seguirá siendo lo mismo
Así que déjame rendirme
Así que déjame simplemente dejarme ir
Si esto no es bueno para mí
Bueno, no quiero saberlo" No
lo sabes - Katelyn Tarver

Durante el resto de ese día, después de que regresaran de la casa de su madre, el Duque desapareció. Era la primera vez desde la boda que la dejaba sola en esa casa, y ni siquiera apareció para cenar. Si bien era gratificante tener tiempo para ella, la ausencia del Duque la hacía sentir temerosa. Mil preguntas invadieron su mente. ¿ Y si iba a buscar información sobre las insinuaciones del Barón? ¿Y si averiguaba algo sobre Colin? Todas las posibilidades se arremolinaban en su cabeza, y ninguna de ellas sonaba bien.

Ya era bien entrada la noche, pasadas las once, cuando el Duque por fin se quedó dormido. Penélope dejó escapar un suspiro de alivio en cuanto consiguió escabullirse de la habitación sin que nadie se diera cuenta. Un hecho que había sido una tarea difícil, pues en esos últimos días el sueño del Duque parecía ser más ligero, y la medicina que le había dado su madre, ya no parecía tener el mismo efecto que antes. Este cambio la puso aún más tensa y angustiada, sobre todo por los planes que tenía para esa noche.

Penélope se dirigió a escondidas a través de los pasillos desiertos y poco iluminados hacia su despacho. Necesitaba encontrar los documentos sobre las propiedades, el contrato... cualquier cosa relacionada con los bienes familiares. Porque sentía que algo no iba bien. De lo contrario, ¿por qué me evitaría? En el mejor de los casos, si supiera lo de Colin, ya estaría siendo castigada. ¿O no?

Cerró la puerta tras ella, encendió otra vela y no se dio cuenta de que algo iba mal hasta que llegó a la mesa. Había estado en esa oficina antes y la habitual organización impecable había dado paso a un montón de documentos esparcidos por el escritorio.

Con cautela, comenzó a revisar los papeles hasta que oyó el crujido de la madera.

—Mierda —murmuró Penélope en voz baja y, después de apagar las velas, se escondió debajo de la mesa esperando que nadie entrara y la atrapara.

Pero la suerte no parecía estar de su lado. La puerta se abrió y, un momento después, volvió a cerrarse, acompañada por el sonido de pasos que se acercaban. El corazón de Penélope casi se paró por un segundo y un tremendo susto se apoderó de ella, haciéndole jadear en busca de aire. Sin embargo, un cierto alivio la inundó cuando se dio cuenta de que era Sophie, la doncella, y no el duque.

—¿Qué hace su excelencia aquí? —preguntó Sophie inclinándose para mirarla, claramente sorprendida por la escena que encontró.

Penélope tartamudeó, sin saber si debía pedir ayuda o inventar una mentira para explicar su presencia allí en mitad de la noche. —Beckett... yo... yo...

Sophie sonrió comprensivamente y le tendió la mano. —Está bien, no tienes que decírmelo. Pero ¿debería ayudarte a salir de aquí?

Con un suspiro de alivio y una sonrisa nerviosa dibujada en su rostro, Penélope aceptó la mano extendida de la criada y salió de debajo de la mesa. Antes de que Sophie pudiera decir nada, Penélope tomó la iniciativa y agarró la mano de la criada, llamando su atención. —Mamá dijo que puedo confiar en ti, y confío en su criterio— dijo con incertidumbre en su voz. —Necesito ayuda.

—Por supuesto. Haré lo que sea necesario, Su excelencia —dijo Sophie en un tono educado y educado.

—Por favor, Beckett, somos sólo nosotras dos, ya te dije que no me gusta que me llamen así —se quejó Penélope, dejando escapar un suspiro cansado. El uso de un tratamiento formal, especialmente ese en concreto, nunca dejaría de molestarla—. Soy Penélope, sólo Penélope.

Nadie dijo que sería fácil ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora