0. INTRODUCCIÓN

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Ilán

Hastío. Esa es la palabra que define mi vida desde hace mucho tiempo. No le encuentro sentido a nada de lo que hago, pero hay muchas cosas que funcionan gracias a mí. Yo tengo sentido para ellos, pero ellos no para mí.

¿Qué me mantiene con vida? Que el suicidio me parece un acto vergonzoso y humillante. Alguien tendría que recoger mi cuerpo en malas condiciones. Solo pensarlo me pone de pésimo humor. A nadie le voy a dar el gusto de verme vulnerable, aunque solo sea un cadáver sin vida.

Otra razón por la que creo que sigo vivo es porque tal vez algún día pase algo interesante. La vida es como una película en la cual es todo monótono, pero me quedo a ver porque existe la posibilidad de que suceda algo de mi interés.

—¡Señor!— me grita la angustiada ramera costosa que contraté para ver si podía arreglar mi vergonzoso problema.

Otra vez no he podido lograr mi objetivo de correrme. Nadie ha hecho que me corra en los últimos dos años, salvo mi mano y con mucho esfuerzo porque nada me excita lo suficiente. Tal vez sean las pastillas para dormir o que simplemente la vida me parece aburrida y absurda, pero ya ni siquiera me esfuerzo en averiguarlo. Las mujeres siguen siendo algo que me causan erecciones, pero simplemente no puedo terminar porque me desconcentro a medio acto, ya sea por pensar en asuntos de trabajo o por perder el gusto por lo que estoy haciendo.

¿Qué me pasa? No lo sé. Según mis controles médicos, todo es normal. No tengo ningún tumor cerebral, ninguna enfermedad crónica ni ninguna lesión que me impida llevar una vida sexual normal. ¿Tengo depresión? Es posible, pero no quiero poner un pie en un maldito loquero; me niego a acabar como esa mujer que me trajo al mundo.

Me meto en el auto y azotó la puerta. No me tomo ni dos segundos y arranco el auto para salir de este club que, si bien es seguro porque yo soy el dueño, no es un sitio del que me quiera que me vean salir.

Tengo llamadas perdidas; sin embargo, decido pasar de todas ellas. No quiero hablar con nadie y poco me interesa que se pudra todo, al menos por hoy. Hoy solo quiero dormir y fingir que no acabo de perder otra puta erección antes de siquiera quitarme la ropa.

—El mundo se puede ir a la mierda hoy —murmuro al detenerme en un semáforo.

Al lado de mi auto se detiene otro. Son dos mujeres que gritan de una manera horrible y que hacen que me arrepienta de llevar abajo mi vidrio. Al voltear para poder hacerlo, la chica copiloto se ríe de forma escandalosa y me mira pretendiendo ser sensual.

Es tan solo una chiquilla que no puede pasar de veinticinco años y se ríe como estúpida por culpa de estar ebria, pero no puedo dejar de mirarla. A pesar de todo, es hermosa y algo enciende dentro de mí.

—Hola, bebé —dice lanzándome un beso.— Me encantan los pelirrojos. Eres hermoso, aunque podrías ser mi padre, ¿no quieres terminar de criarme?

No le respondo nada y la miro como lo que es: una completa loca.

—Bueno, te lo pierdes. —La chica vuelve a reírse con fuerza y su amiga arranca porque el semáforo se acaba de poner en verde.

Mis planes son tan solo irme a casa, pero decido seguirla, siendo presa de la curiosidad por la repentina excitación que estoy sintiendo y sin imaginar que tomar esa decisión me cambiará la vida para siempre.

Esta noche solo es el inicio de la mayor obsesión de mi vida.

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