2. HEIDI

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Ilán

Heidi es una mujer peculiar. Me he cruzado con muchas mujeres con carácter y muy difíciles a lo largo de mi vida. Creen que con eso van a conseguir mi atención o que va a pasar algo más conmigo, pero nada más lejos de la realidad. Los retos son algo que me gustan, pero no a la hora de cazar mujeres. Además, no estoy en una época de mi vida en donde me propongo perseguir a una simple mujer.

Pero Heidi...

Es un nombre demasiado infantil para alguien como ella. No le va bien y a su vez me gusta que no lo haga. Es rara. Está loca. Me excita de una manera. No solo es su aspecto físico, que es extraordinario, es el brillo en su mirada, imaginar que esto va a terminar en una cama de hotel. Estoy consciente de que estoy actuando como un idiota, no obstante,  estoy tan harto de todo que no me importa. Esto me resulta de lo más estimulante.

—Así que tienes negocios. Qué aburrido —me dice cuando le respondo a su pregunta.

Decir que soy juez normalmente las hace huir. Nadie quiere problemas con la justicia. Y no quiero que está huya, aún no.

—Creí que eras abogado o algo por el estilo —añade.

—Puede que lo sea —digo con una sonrisa irónica antes de beber un trago.

—¿De verdad necesitas decir esas cosas para atraparme? —Se ríe y cruza la pierna.

No lo dudo y se la acaricio. Tiene la piel suave. Heidi suelta un leve jadeo, pero no deja de mirarme a los ojos. Los suyos son oscuros, más no comunes. Tienen ese brillo astuto que, a pesar de que se le nota la inexperiencia con los hombres, muestra que sabe lo que quiere.

— No, los dos sabemos lo que queremos — replicó, apretando más su pierna.

No soporto más la tensión  ni la presión en mis pantalones. Ni siquiera me estoy planteando que vaya a fallar, solo puedo pensar en qué quiero introducirme en esos labios carnosos, ver esos ojos llenos de largas pestañas mirar hacia arriba... o verlos por encima de mí. La posición me da igual, solo quiero que la noche termine con ella.

—¿Sí? ¿Y qué quiero? — me reta.— ¿Lees la mente?

— No, pero soy bueno leyendo las expresiones. Digamos que mi trabajo lo requiere.

—Sí, en los negocios es importante saber leer a la gente. Mi padre siempre lo dice.

Su sonrisa y mirada ya no son tan confiadas, pero sigo prendado. Quisiera saltarme las malditas reglas de cortesía y proponérselo, pero sé que va a tirarme una bofetada.

Antes de que le pueda contestar, un trueno ensordecedor se escucha y se apaga la luz. La tormenta se ha vuelto más fuerte.

Esto es todo lo que necesito para bajarme del taburete e ir hacia ella. Heidi no se resiste y deja que encuentre sus labios. No nos importa que venga la luz y nos atrapen.

Su boca sabe a ese cóctel y a aceitunas, las cuales noto que no le gustan, pero se las come porque  está nerviosa. Por encima de eso, su aliento es dulce y cálido,  algo que nunca probé en nadie. Generalmente no me gusta besar a las mujeres con las que me acuesto. Ellas son las que me besan a mí.

—Vamos a otro sitio — susurra.— Creo que ya basta de hacernos los idiotas.

¿En dónde maldita sea estabas?, pienso.

—Vamos a...

—Al callejón —propone.— Será interesante.

No le respondo nada pese a lo desagradable de la propuesta. No es mi estilo tener sexo en lugares exóticos, menos cuando me ha tocado condenar a no pocas personas por sus actitudes exhibicionistas. Sin embargo, sigo a esta extraña jovencita y nos guiamos con la lámpara del celular hasta que salimos del lugar.

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