5. BANDERAS ROJAS

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Heidi

Raven y yo pasamos todo el día pegadas al televisor. Mi amiga lo hace por mero sentimentalismo y para que la piel se le erice hasta el punto de llorar; yo, en cambio, lo hago para analizar todo lo que dice la prensa. No hay nada negativo, como siempre. Se limitan a pasar sus fotos, las fotos con su familia, mencionar sus grandes logros como empresario, político y luego como presidente.

<<Un hombre intachable>>, pienso con sorna, segundos después de que lo dice la presentadora del programa.

—¿Su esposa e hijos sabrían la clase de persona que era? — murmuro.

—¿Un buen tipo? Claro— lo defiende Raven.

—Claro, un buen tipo que desvía fondos y...

—Ay, ya supéralo. Todo presidente tiene una mancha negra en su historial, pero has de admitir que hizo más cosas que nadie en este país.

—Sí, supongo. —Suspiro y comienzo a estirarme. — Creo que ya me cansé, todos los programas dicen lo mismo. Ojalá salieran sus enemigos y se armará un escándalo.

—Reportera tenías que ser.—Se ríe y me pega con un cojín.

—Sí, lo soy —digo orgullosa.

Tras unos cuantos minutos apagamos todo y cada una se va a su respectivo cuarto. Yo estoy arrastrando los pies y balbuceando sobre el pelirrojo en el que no dejo de pensar y que hace que tenga mariposas en el estómago. Es que esa manera de coger no es de este mundo. Y no, no soy experta, pero creo que él es muy bueno. Me pude venir en mi primera relación sexual y eso no suele pasar, las estadísticas lo dicen.

—Ah, ¿por qué tienes que ser un chico malo? —me quejo.—Eres una bandera roja.

Me echo a reír con ganas y me dejo caer sobre la cama. Él no necesita ondear banderas, con su cabello tiene. Si solo se lo deja crecer al estilo Aquaman podría agitarlo y él ser su bandera.

No sé cuánto tiempo me río ni que tan fuerte lo hago, pero Raven me grita desde su habitación que me calle. Le hago caso, aunque me cuesta.

Luego de colocar mi alarma temprano, me acomodo y me meto el dedo a la boca para succionarlo como un bebé. No tengo el hábito desde niña, sino desde que tomaba las siestas con Olivia al año de edad. Ella lo terminó superando, pero yo no.

No lo hago todo el tiempo, solo cuando estoy un poco nerviosa y hoy lo estoy. Voy a obtener un trabajo especial o un despido. Cualquiera de las dos cosas es aterradora. Los pedidos especiales son casos delicados, o eso me imagino.

En cierto momento dejo de chuparme el dedo y duermo a pierna suelta. Otra vez ese monstruo pelirrojo se aparece en mis sueños y me lo hace en un callejón, pero esta vez la lluvia no es de agua, sino de cubitos de queso qué trato de atrapar con mi boca mientras él me embiste.

Obviamente, la cosa resulta muy mal y, cuando menos me doy cuenta, estoy en el piso de mi habitación tosiendo como loca.

—Hey, ¿qué te pasa?—me pregunta Raven, tratando de hacer que me levante.

—Me ahogué con los cubitos de queso —digo tosiendo.

—¿Qué? Pero si no has salido a la cocina y ya no hay queso.

—Sí, estaba lloviendo queso y estaba con ese pelirrojo —sollozo.

Tomo aire y dejo que mi amiga me ayude a levantar para recostarme en la cama.

—¿Cuál pelirrojo?— me pregunta.

Abro mucho los ojos. Mi cerebro todavía no ha dejado el sueño del todo. Me atraganté con mi propia saliva.

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