28. ESPOSA

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Heidi

Siempre he sido una persona un tanto alocada, pero muy responsable con las cosas que digo que haré. Si siempre me pongo una meta, lo hago y trabajo duro hasta conseguirlo, pero con el hombre que tengo como esposo simplemente no puedo. Si pudiera, no estaría montándolo como lo estoy haciendo ahora, no lo estaría besando y sintiendo una rabia terrible por pensar que puede coger con otra mujer que no sea yo. No lo amo, pero es mío, al menos de momento.

—No vas a coger con ella— le advierto otra vez sin despegar mis labios de los suyos.

—Y tú no vas a coger con nadie más —me responde y yo me estremezco. — Mía, eres mía, pequeña ratona.

—No me digas así—gruño.

—Yo te llamo como quiero, eres mi jodida esposa —me suelta.

Quiero enojarme y lo hago, pero al tiempo que me enfado también crece mi excitación.

—Tú eres mi esposo... por ahora.

—Para siempre.

Ilán aprieta más mis muslos, lo que dispara mi orgasmo como si fuese una bomba. Dejo escapar un alarido y cierro si fuese una bomba. Dejo escapar un alarido y cierro los ojos, lo que intensifica la sensación. Si algo he de admitir es que este hombre me da unos orgasmos qué hacen que no quiera hacer esto con nadie más. Algún día pasará, pero por ahora no quiero que nadie más me toque como él lo hace.

Al final caigo rendida sobre su pecho, al cual le dejo pequeñas succiones. Sigo vuelta loca, con miles de sentimientos confusos. Lo veo todo verde por los celos.

No me gusta, pero el primer paso para curarse es admitirlo. Me carcomen los celos y ojalá pudiera regresarle a Ilán lo que me hace sentir.

—Quiero comprar ropa— le digo alzando la cabeza.— Me niego a verme poco presentable.

—A esta hora es poco probable que encontremos tiendas abiertas— responde.— Irás con algo que tengas en tu maleta.

—No creo que me trajeras algo decente —mascullo.

—Ya lo creo que sí— dice sonriendo.

Pero es mentira. Toda la ropa que hay en la maleta es tan casual que me da asco. No sé de dónde carajo la sacó, pero no me gusta.

—Esta ropa es una mierda, tienes pésimos gustos— digo enojada mientras saco un pantalón de mezclilla.— Bueno, al menos te dignaste a poner esto.

Ilán se cubre un poco la boca, pero sus ojos no me engañan. El muy malnacido se está riendo porque lo hizo a propósito.

—No necesitas arreglarte, es algo informal— me dice mientras se pone el saco.

—Claro, eso quieres que crea cuando tú estás... decente— mascullo. Nunca voy a admitir en voz alta que se ve delicioso.

—Porque soy yo el que va a negociar. —Pone los ojos en blanco. —Déjame  vestirte, Heidi.

—No, yo lo hago sola.

—No, no lo harás.

Por más que protesto, no logro evitar que Ilán me vista como si fuera una muñeca o su mascota.

—Estás lista. A pesar de todo luces bien.

—Me veo horrible, odio esta camisa, es al menos dos tallas más grandes de lo que necesito.

—Mejor, así nadie nota tu cuerpo. —Sonríe.

—Estás enfermo.

—Por supuesto.

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