45. ASUSTADO

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Ilán

Mi primo es el que menos pierde la cabeza, o al menos eso es lo que quiere aparentar para dar una imagen de confianza y de victimismo frente a las personas que están logrando desalojar su mansión. Por el momento no hemos dejado muertos atrás, pero sinceramente eso me importa una mierda. Ni siquiera me importa que Atticus recupere a su presa, lo único que quiero es recuperar a mi pequeña ratona, que sé que debió ser obligada a irse con ellos a pesar de odiarme.

Ella no habría gritado mi nombre de haber sido así.

—Esto no se va a quedar así, voy a calcinar a todos en cuanto los encuentre — mascullo mientras reviso el programa para localizar el GPS que mandé colocar en la gargantilla de mi mujer.

No hemos podido saber qué automóvil se las ha llevado, pero ahora sabemos que van en uno gracias al programa. Es por eso que Atticus ahora conduce a toda velocidad.

—Antes de pensar en calcinar, debemos encontrar a esos dos malditas zorras —dice Atticus.

El auto se desvía por un momento a causa del puñetazo que le asesto a Atticus, quien escupe sangre y me mira encolerizado por mi reacción.

—Le vuelves a decir así a mi esposa y te juro que no quedará rastro de ti —le grito.— La maldita zorra es Alena Cavani.

—Eres un imbécil — murmura, pero no puede hacerme nada porque está conduciendo. — Tu esposa se fue con Alena, te dejó.

—No, Heidi no me dejó. Se la llevaron —corrijo.— Ella estaba forcejeando. A la derecha.

Atticus hace lo que le ordeno pese a estar furioso por el golpe. Yo lo que quiero es gritar, llorar, maldecir hasta reventar mi garganta, pero contengo todas esas emociones, no porque no quiera expresarlas, sino porque sucumbir al pánico que siento por perder tiempo valioso. No pienso permitir que el sufrimiento nuble mi capacidad de encontrar a mi esposa, la madre de nuestro pequeño Glen Ray. Ellos son mi motivo de vivir, y así deba incendiar la ciudad entera, lo haré con tal de tenerlos a mi lado otra vez.

Nadie me los va a arrebatar jamás.

— Van a uno de sus edificios con helipuerto — le digo furioso.— Hijos de puta.

—Conozco las propiedades de los Cavani y los Spencer al derecho y al revés — dice Atticus con una calma que sé que es falsa. La palidez de su rostro y el sudor que le recorre la frente denota lo nervioso que está.— Ellos irán a cualquiera de esas madrigueras a esconderse, el cerebro no les da para más.

— ¿Y si no? ¿Y si el cerebro sí les funciona esta vez? Lograron filtrarse, Atticus, y en una puta fiestra privada.

—Infiltrados siempre pueden existir —me recuerda. —Pero siempre te he dicho que debemos ser más listos, conocer bien al enemigo para que este no pueda avanzar demasiado. Solo ganaron una batalla, más no la guerra.

Aprieto los dientes. Odio a Atticus y sus malditos discursos. No voy a poder perdonarle nunca que haya cometido el estúpido error de dejar que alguien se filtrara. Tal vez lo hizo a propósito para hacer más realista su jodido atentado.

—Veamos el lado bueno. Esto me dará la razón —
Atticus sonríe. — Los Spencer acaban de ayudarme sin desearlo.

No volteo a verlo, pero me siento estupefacto. Atticus intenta aparentar que esto le está gustando mucho, pero puedo notar como aprieta el volante y cómo le tiemblan las manos. Él también está asustado, aunque no me explico demasiado el porqué.

—Las vamos a encontrar — afirma Atticus. — Y cuando las encontremos...

—Lo que haré será darle fin a todos los Spencer —afirmo.— No me importa nada.

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