43. HOGAR

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Ilán

Heidi es otra desde que salió de la ducha y no puedo entender si eso me gusta o no. No me abraza, no me besa, no me dice que me ama, pero tampoco pelea, simplemente se está comportando como si no me odiara y eso me asusta. ¿Qué está pasando por esa cabeza loca? No lo sé, y me enfurece pensar que me asusta no saberlo.

—¿Tendrán queso?— me pregunta de repente, cuando ya estamos llegando a la propiedad.

—Sí, he pedido especialmente que lo tengan. Más vale que tengas la boca distraída comiendo y no hablando.

—Vaya, qué considerado de tu parte —dice sonriendo de forma amable.— Gracias, esa idea me gusta bastante.

Mi cuerpo se tensa más al escuchar esas palabras sin una gota de la ironía que la caracteriza. Esta hermosa bruja trama algo, lo sé bien, y odio no poder intuirlo, tener el pensamiento de que algo muy malo va a suceder.

—Sea lo que sea que estés pensando, no te va a salir bien — mascullo.

—Descuida, no tengo nada planeado y te estoy diciendo la verdad. ¿Crees que me quiero jugar el maldito pellejo? No te equivoques, que siga en mi propósito de hacer que te canses de mí no significa que voy a arriesgar a mi hijo.

—Nuestro hijo— la corrijo tomándola de la mano.

—Bien, nuestro hijo —refunfuña. — No quiero hacer nada esta noche, solo quiero vigilar que la pases tan mal como yo.

<<Desde luego que la voy a pasar mal. Maldito vestido de mierda>>, pienso mirando sus pechos.

¿Por qué tienen que crecer más por el embarazo? ¿Por qué no puede crecerle de una maldita vez el vientre? Si eso pasara, no dejaría de ser atractiva, pero al menos sabrían todos que allí está mi hijo.

—Bien, querida esposa.— Alzo su mano y la beso. Ella me mira atenta, sin tener ninguna emoción en el rostro, pero su leve rubor me indica que le gusta.— Pasémosla mal, muy mal. Tú me vas a torturar con tu presencia, y yo a ti con la mía.

—Me parece buen plan — sonríe Heidi. — Y si hay queso, mejor.

—Lo hará, todo el que tú quieras.

Los ojos de Heidi brillan y no puede disimular su sonrisa. Por fin comienza a parecer más ella y aquello me alivia.

—Más vale que esté bueno —me advierte.— Tiene que ser rico y fino. No acepto quesos de baja categoría.

—No, no lo serán. Son quesos artesanales, de los mejores.

—Uy, qué rico —dice emocionada.— Al fin haces algo bien, Chucky.

—Siempre hago las cosas bien.

—Pues...

—Llegamos, señores Kingston —nos avisa el chófer cuando están abriéndonos el portón de la propiedad.

La casa es grande y está pintada de gris oscuro, con ciertos toques de color madera en algunas partes. La combinación es exactamente la que se atañe a la personalidad oscura de Atticus, que siempre opta por colores así para todas sus propiedades. A mí me da lo mismo, todas mis propiedades son diferentes y no reflejan nada sobre mí.

Ninguna casa en la que he vivido es mi hogar, así que ¿para qué darle importancia?

—Es bonita la casa, pero muy lúgubre —murmura Heidi.— Mi casa es grande, blanca, luminosa. Dios, extraño mi habitación. Tenía una litera solo para mí y era divertido.

—¿Tu casa?

—Sí, con mis padres — contesta. —Extraño mi casa. Me gustaba espiar las tonterías de los vecinos de enfrente. Mi cuarto daba hacia la calle.

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