19. DESTINO

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Ilán

Después de conseguir terminar la sesión, en donde se decidió que la custodia será compartida, salgo hacia la oficina. Odio admitirlo, pero estoy ansioso por regresar a casa y ver qué tal está mi futura esposa, a la cual debo comprarle un anillo y comenzar a presentarla en sociedad. Para mi mala suerte debo ser parte de ella, ya que constantemente soy invitado a cócteles y cenas, también me veo obligado a asistir a muchos actos de beneficencia. Odio a cada persona que va allí, más no puedo hacer nada porque quiero una imagen impecable.

—Vamos a ver qué me reportan sobre ti —murmuro mientras saco mi celular del cajón con llave en donde lo guardo.

Frunzo el ceño al ver que tengo bastantes llamadas perdidas. Algunas son de Brooks, otras de la casa, y un par de mis guardias, esos que están instalados en diferentes puntos del vecindario para una vigilancia extrema. Esto es malo, pues ellos no me llaman a menos que ocurra algún incidente.

Y es demasiada casualidad que después de años esté ocurriendo alguno.

—Señor Kingston, la chica que trajo a casa se escapó — me informa uno de mis empleados.

—¡¿Qué?! —le grito.

El hombre me explica detalladamente lo que Heidi hizo, que fue engañar a mis empleados y violentar a una para hacerse con su uniforme y poder escaparse. La muy desgraciada se encargó de embaucar a Penélope y Oviedia para poder lograr salirse con la suya.

Lo único que me queda es reírme para no echarme a llorar. Esa mujer es más peligrosa y astuta de lo que pensé, o tal vez es la suerte la que la acompaña. Sé que tiene un cerebro prodigioso, pero me es inconcebible que haya logrado largarse de esa manera.

Al final no consigo ni reír ni llorar. Estoy tan furioso que me cuesta pensar con claridad para tratar de adivinar a dónde demonios se largó. El departamento es uno de los lugares probables, así que le pido a Brooks que vaya para allá y que sea cauteloso y no se muestre. Otro de los lugares es el hospital donde está internado ese idiota al que le mandé quebrar las piernas, y a ese sitio mando a otro de mis empleados.

—Esto no se quedará así, Heidi — mascullo.— Cuando te encuentre me las vas a pagar.

Ella puede tratar de esconderse en donde se le ocurra, pero voy a encontrarla.

Heidi no va a huir de su destino, o sea, de mí.

***

Heidi

No puedo sentirme del todo feliz a pesar de mi triunfo, y la euforia se me va bajando conforme camino por aquel parque. Sé que es una pequeña batalla ganada, pero es imposible que gane la guerra, al menos no en las condiciones en las que estoy ahora.

Aunque al menos esto le demostrará al imbécil de ese juez que yo no soy una persona con la que sea fácil lidiar. En menos de dos horas pude escapar de su bonita casa y engatusar a sus empleados para poder escaparme.

Mientras me siento en la banca, reviso mi celular y contesto mis mensajes. La mayoría son de mi hermana, que está preocupada por mí. Le confirmo que todo está bien, que no está pasando nada y que he ido a trabajar. También le envío otro a papá para que no se altere y que sepa que estoy bien. Este último me llama de inmediato.

—Hija, ¿de verdad estás bien? —pregunta— No quiero irme y que...

—Todo está excelente, papi — le aseguro, reteniendo las lágrimas.

—No, no te escucho bien. Mi niña, haría lo que sea por ti. Si es preciso sacarte del país para que...

—No — lo corto.— Eso te causaría problemas con la justicia y también a mí. Puede que, si hacemos eso, mi caso pase a otro juez y no me tenga piedad.

—Pero...

—Yo sola me metí en este problema, así que debo salir de él sola. —Suspiro. — Perdóname, papá.

—No me siento cómodo con esto, mi amor— me responde. — ¿Dónde estás? Voy de inmediato por ti.

—No, papi —digo en voz baja. —Yo voy a estar bien. Seguro que Kingston se cansa de mí a los dos meses.

—No lo sé, vas a darle un hijo. Eso une para siempre a dos personas.

—Lo sé, pero puedo abortar —murmuro mientras me acaricio el vientre.

—No te veo muy decidida a eso, cielo —replica papá. —Piénsalo, cariño. Si yo supiera que no te gustan los niños, no cuestionaría nada al respecto, pero ¿de verdad quieres deshacerte del bebé?

—No— confieso con voz aguda. —Pero es que será muy difícil. No sé nada sobre...

—¿Y Olivia?

—Olivia es otra cosa, ella prácticamente se cuida sola —gruño.— Aunque bueno, no lo hice tan mal cuando era recién nacida, ¿cierto?

—No, claro que no. Fuiste de mucha ayuda para Scarlett. Y no no estás sola, cielo. No tiene que detenerse tu vida por el bebé, sabes que somos familia y que vamos a apoyarte.

Con estas palabras termino de quebrarme y me echo a llorar. En estos momentos no sé cuál es mi destino, pero me conmueve que, a pesar de que fui una estúpida por acostarme con un desconocido, mi padre me tienda la mano de esta manera.

—No llores, cariño —me pide él.— ¿Dónde estás?

—En... casa de ese tipo—le miento. — Todo está bien, me voy a quedar aquí algún tiempo. Y ya almorcé, Ovidia, la cocinera, hace unos sándwiches deliciosos.

—Me alegra que comas.

—Vuelve a casa, papá — digo mientras me levanto. Algunos niños que están en los juegos están mirándome con atención e intento sonreírle. — Yo voy a estar bien y me pase lo que tenga que pasar.

—No me pidas que acepte a ese imbécil en la familia. —masculla.

—No, no te lo pediré, porque yo tampoco lo acepto. Te lo prometo, papá, te prometo que haré que se canse de mí y quiera dejarme. El bebé siempre nos unirá, claro está, pero no voy a dejar que él arruine mi vida.

Tras despedirme de papá, cuelgo la llamada y me vuelvo a sentar. Ignorando a las personas que me miran, acaricio mi vientre, en donde no pareciera haber ningún pequeñito habitando en él.

—Eres tan pequeño, pero causas muchos conflictos — digo con una sonrisa. — Te pareces a mí. Ojalá seas una niña, así serás el karma de tu padre. Pero si eres un niño, espero que seas mejor que él. Mucho mejor.

Hablar con el pequeño Glen Ray me reconforta un poco. Puede que viva un matrimonio infernal y sin sentido, pero al menos lo tendré a él o a ella. Espero en unos cuantos años poder contar esto como una graciosa anécdota y que Kingston esté haciendo su vida en otro sitio, con otras mujeres.

Cuando me levanto, decido que me voy a ir. La gente me mira mucho, ya que estoy vestida de empleada doméstica y hablando mierdas de gente privilegiada o de la típica sirvienta que quedó  embarazada de su patrón. Yo pensaría lo mismo de mí, así que debo marcharme de regreso a mi departamento, en donde me pienso quedar hasta la boda.

Al darme la media vuelta para salir del parque, veo a Ilán. Este está de pie detrás de la reja que bordea el área de juegos. Bajo el sol de la tarde se ve más pelirrojo que nunca y sus ojos parecen haberse vuelto más amarillos. La visión es tan aterradora como hermosa. Es imposible apartar la mirada.

—Tardaste más de lo que pensaba — mascullo.

—Y tú tardaste menos de lo que pensé —replica.— Parece que tienes especialidad en escapismo y en disfrazarte de cosas que no eres. Te queda fatal el uniforme.

—Y tú en arruinar vidas. Por cierto, también te sienta fatal el traje de juez. —Sonrío. Él está por decir algo, pero entonces yo prosigo.— Está bien, Ilán, ya no voy a escapar, pero nunca voy a quererte.

—No lo necesito —se burla.

—En algún momento te vas a cansar —respondo con el mismo tono sarcástico. —Y cuando lo hagas lo voy a disfrutar muchísimo. Yo no soy tu destino, Ilán, y espero que lo comprendas más temprano que tarde.

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