24. VIAJE

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Heidi

Lo esperable en las bodas, por más sencillas que sean, es la recepción, pasar el tiempo con los invitados. Y yo creí que eso iba a pasar en nuestro caso, incluso la planificadora me lo hizo saber con tiempo de anticipación. Sin embargo, ni siquiera me da tiempo a ser felicitada, ya que Ilán anuncia que nos vamos a retirar porque tenemos un viaje importante que hacer. Los invitados se quedan bastante extrañados al igual que yo, pero la mirada de mi ahora esposo me advierte que debo seguir la corriente si no quiero que pase algo muy feo.

Y con mi familia enfrente, no dejaré que suceda nada feo. Es una estupidez no pedirles ayuda, yo criticaría a alguien que estuviera en mi situación si no la hubiese vivido, pero como estoy en ella considero que es mejor no involucrarlos más. Los amo demasiado como para dejar que algo les pase. Además, yo misma voy a resolver mi conflicto.

—Eres un jodido imbécil — le digo cuando me mete a la fuerza al auto.— ¿Por qué irnos así de la boda? ¿Tus padres te enseñaron modales?

—Ni siquiera tuve padres — se ríe de manera amarga.— Solo sirvieron para lanzarme a este mundo.

—Si quieres que te tenga lástima por eso, estás equivocado —replico.— No eres el único que tiene esa clase de problemas, pero creo que sí es el único que busca cobrársela con la primera mujer que se encuentra.

—No, no con cualquier mujer que me encuentro — dice sonriendo.— Con la primera mujer que se burla de mí.

—¿Estás admitiendo que eres débil ante mí o qué? —me burlo.

—Sí, es posible— dice con seriedad, sin voltear a verme, pero de todos modos noto el impacto de sus palabras en mi pecho.— Eres mi maldita obsesión, y cuando me obsesiono con algo no lo dejo ir.

Trago saliva con disimulo y miro hacia la ventanilla. Solamente porque quiero a mi bebé y valoro mi vida, no me lanzo con el auto en movimiento, aunque sea tentador. Me gustaría estar un poco más deprimida para poder lanzarme sin importarme irme de este mundo, no eso destrozaría a todos en mi familia.

—Bien, al menos tienes buen gusto —resoplo.— Aunque eres bastante raro, podrías ser mi padre.

Ilán sonríe ante mis palabras.

—Con lo inmadura que a veces eres, por supuesto, hasta podría ser tu abuelo — replica.

—Maldito imbécil —mascullo.— Yo no soy una inmadura, solo estoy reaccionando a la defensiva con mi puto secuestrador que me acaba de obligar a casarme con él, ¿qué quieres? ¿Que te diga que te quiero? ¿Que te regale flores o una medalla?

—Solo quiero que te calles —dice enojado.— Me causas dolor de cabeza.

—Pues debimos quedarnos en la recepción.

—No, no quería estar allí, ya mi primo se hará cargo de los invitados. Su presencia hará que no nos extrañen demasiado.

—Por cierto, ¿qué hacía Langdon allí? Tengo entendido que es candidato presidencial.

—Lo es— afirma. — Es mi primo.

—Mierda— mascullo.

El corazón se me acelera pensando en toda la influencia que este hombre tiene. Solo espero que Atticus Langdon no gane la presidencia.

—Primos— murmuro.— El apellido...

—Su madre y la mía eran hermanas —me explica.— Pronto vas a conocer mejor mi mundo, y más vale que lo hagas con buena cara si quieres que tu familia siga tan bien como hasta ahora.

—Eres un miserable— escupo con desprecio.— A mí familia no la vas a tocar.

—Y a ti te conviene ser la esposa perfecta, cumplirme en todos los sentidos hasta que la muerte o mi cansancio nos separe.

—Pues sé que no vas a morirte, pero sí que te voy a cansar. Acabamos de casarnos y ya te hago doler la cabeza.

—El dolor de cabeza es tolerable, Heidi. Y a veces me gusta tenerlo, me recuerda que sigo vivo.

—¿Qué?

—Que te calles.

Tengo que sujetarme de la agarradera, ya que Ilán aumenta la velocidad. No le reclamo aquello, ya no quiero hablar más con él en lo que resta del camino hacia cualquier sitio a donde me esté llevando.

—¿Qué hacemos aquí?— le pregunté al llegar al aeropuerto. — ¿Es en serio lo del viaje?

—Claro que sí, ¿crees que no cumplo con mis amenazas?— se burla mientras me toma de la mano para bajarme del auto. Afuera está un hombre al cual le entrega las llaves.— Ya sabe dónde estacionarlo.

—No me digas que quieres tener una luna de miel —resoplo.— No quiero...

—No es una luna de miel, querida esposa es un viaje de negocios. Ahora vas a acompañarme a todos mis viajes, al menos a la gran mayoría.

—Debiste dejar que me cambiara —mascullo.— ¿En dónde está la ropa? No me voy a quedar así.

—Tu ropa nueva está dentro del avión —me contesta.— Tendrás tiempo de sobra para cambiarte en lo que despegamos.

—No me quiero ir a ningún lado contigo.

—¿No? Pues me apena tu caso, vas a venir conmigo y te vas a comportar. Ahora eres la señora Kingston, como tal vas actuar.

—Como una demente que juega con la vida de las personas —replico.— Será muy divertido manejar a todos a mi antojo.

Ilán ya no dice nada, se dedica a sujetarme de la mano y a hacer unas cuantas llamadas. Él habla sobre entregar algo, pero lo dice con un tono tan frío que me temo que se trata de algo ilegal.

—¿A dónde vamos?— le pregunto en la sala de espera, en la que por suerte no hay nadie porque es privada.

—A Cancún.

—¿Qué? —jadeo.— No, no es posible eso es demasiado lejos. Y no quiero ir a la playa contigo.

—No vas a ir a la playa— murmura. — ¿Qué te hace pensar eso? Solo iremos unas cuantas horas.

—Te odio, ¿cómo me llevas a un lugar así y no puedo ir a la playa?

—Dijiste que no quieres una luna de miel, estoy cumpliendo con tus deseos.

Me cruzo de brazos y dejó escapar un fuerte gruñido. Él no se inmuta, sigue revisando su celular, el cual estoy segura de que tiene muchos números de mujeres, de mafiosos y de políticos corruptos.

—Me gustaría ver tu celular — le suelto de repente y él frunce el ceño.

—¿Por qué?

—Para entretenerme, tengo ansiedad por saber todo lo que oculta mi querido esposo. —respondo.

—Quieres saber si tengo otras mujeres —dice divertido.

—No— contesto, tratando de no sonrojarme— Quiero obtener información para venderla a tu competencia.

—Bien, solo espero que me tengan miedo después de lo que les digas. —dice mientras me lo entrega.

Me quedo estupefacta con el aparato en las manos. ¿Tan poco miedo me tiene o tiene puesta una contraseña tan difícil que sabe que no voy a adivinarla?

—Seguro que conoces la fecha de la clave — continúa.

—Debe ser tu cumpleaños, y si es así no lo sé —me burlo.

—En efecto— asiente. — Es la fecha de mi cumpleaños. Pero conoces la fecha, claro que la conoces.

—No, no es posible —digo riéndome, pero miro hacia la pantalla, la cual me espera para que ponga la clave.

—Pruébalo.

Temiendo quedar en ridículo, pongo lentamente la clave, la cual lleva un ochenta y nueve al final, su año de nacimiento. Ilán me mira atento y con burla, pero al final el celular se desbloquea con aquella clave, cosa que me hace jadear.

—¿Lo dudabas?

—No puede ser, ese no es tu...

—Lo es, compartimos cumpleaños, querida esposa — dice sonriendo de forma maligana.— Y aunque te deshagas de mí, vas a recordarme para siempre.

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