18. SECUESTRO

207 14 0
                                    

Heidi

Cuando escucho el agua de la ducha correr, me levanto rápidamente para vestirme, aunque sin mucha esperanza de poder escapar. Sé que no voy a poder hacerlo si no exploto la casa antes y que voy a parecer un ratón enjaulado, pero no me importa. No importa cuanto tiempo me tome, yo saldré e Ilán no lo va a poder evitar.

—¿Qué haces?

Me sobresalto al escuchar la voz de Ilán al volver a la habitación. Como típico cliché de novela, está solo con una toalla cubriéndole lo que acaba de meterme hace unos minutos. El agua todavía le resbala por el pecho y esos brazos tatuados.

—Estoy tendiendo la cama —mascullo.

—Para eso tengo personal de limpieza— dice entre dientes y se pasa la mano por el cabello mojado. — Deja de hacerlo.

—¿Y qué demonios quieres que haga? —le pregunto molesta. — Glen Ray no va a salir de mi vientre porque tiendo la maldita cama.

—¿Cómo le llamaste a mi hijo?— dice enfadado.

—No te hagas el tonto, me escuchaste bien en el baño— resoplo.— O tal vez sea Glenda, no lo sé. En fin, si nace...

—Va a nacer, así no lo quieras.

—Claro, como no eres tú el que va a parirlo. —Me cruzo de brazos.

—Será una cesárea, ¿feliz?

—¿Cesárea? ¡Mejor tú hazte la puta vasectomía!— le grito cuando lo veo entrando en su vestidor.— Seguro que tienes muchos hijos regados por el mundo.

—Solo tengo un hijo y es contigo.

Menos mal que no me está viendo, ya que se me forma una sonrisa en la cara, la cual intento controlar dándome palmaditas. <<No sonrías, estúpida. Esto es muy malo, significa que no habrá una loca que quiera impedir nuestra relación y te saque del camino>>, pienso para dejar de hacerlo.

Como la cama está lista, abro las puertas de cristal que dan hacia el balcón. Las vistas desde aquí no son espectaculares, ya que dan hacia otras casas, pero hay algo reconfortante en los cálidos rayos de sol que acarician mi rostro y las plantas bien cuidadas qué hay en cada esquina.

Rápidamente, dejo de admirar ese tipo de cosas y me dedico a observar si hay guardias. Desde este punto no veo a nadie, lo cual no sé qué tan bueno sea.

—Será imposible que salgas de una pieza de una caída desde esta altura— me dice Ilán, poniéndose detrás de mí.

Su aliento en mi cuello, pese a que él cabello me lo cubre, me hace estremecer.

—¿Por qué no te das un baño?

—No. Lo que quiero es irme a casa, saber cómo está mi amiga.

Ilán no me responde, ¿será que lo está pensando?

—Puedes llamarla— masculla.

—No, prefiero ir a verla. No la puedo dejar sola en estos momentos. Al menos debo llamarla.

Intento salir de los brazos de Ilán, pero este me sigue sujetando y abrazando contra sí mismo. Me encantaría decir que su forma posesiva de abrazarme me asquea — y me asquea a nivel moral—, pero no puedo evitar sentirme nerviosa, tampoco que mi cuerpo se caliente. Puede ser síndrome de Estocolmo, aunque yo no siento empatía por él y si viniera la policía a ayudarme sin pensarlo, lo echaría al agua. Esto es deseo sexual, y me temo que pueda ser más peligroso que el sentir algo lindo.

Mi cuerpo simplemente no me responde cuando lo tengo tan cerca.

—Ten cuidado con lo que haces —me advierte Ilán.— Más vale que no la involucres en nada de esto, porque puede acabar muy mal.

Obsesión Legal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora