39. RAVEN

118 11 6
                                    

Ilán

Una sonrisa se apodera de mis labios cuando veo el correo que recibo sobre los muebles que Heidi ha elegido para su oficina y que van a llegar mañana. Me complace que todo van en armonía con los colores predominantes en la habitación y, sobre todo, que no ha escatimado con los precios, pues los que ha escogido son de precios elevados debido a la exclusividad de sus diseños y la calidad de los materiales.

Definitivamente, el haberla complacido en la cama y en traer a su amiga a casa ha mejorado su humor. Mis esperanzas de que llegue a enamorarse de mí se están incrementando por más ridículo que eso sea.

Después de revisar que está todo en orden con el pedido, apenas y puedo centrarme en el resto de los correos que debo enviar de casos anteriores que he atendido y que quiero dejar finiquitados antes de volver por más. Me molesta ver que los divorciados son la mayoría de las sentencias que dicto y también las peleas por las custodias de los hijos.

— Esto a mí no me va a suceder — respondo mientras envío el último. — Ella y yo nunca nos vamos a separar.

Abro de nuevo la página en donde he ordenado las cosas, y mi vista se detiene en el elegante comedor que ella ha elegido. Es grande, pero cabe perfectamente en ese gran espacio libre que hay frente a las puertas que dan hacia el jardín. Los comedores  ya no son algo que me traumaticen como antes, pero cuando Heidi lo mencionó, viejos recuerdos vinieron a mí, de todos esos días en los que tenía que comer a solas lo que a mi madre, con sus escasas facultades mentales, se acordaba de darme. Y ni siquiera el que los padres de Atticus me rescataran de la pobreza me sirvió para estar en una mesa familiar. Ellos siempre tuvieron sus asuntos y me utilizaron para lograr sus objetivos.

A pesar de que se los agradezco, no se puede decir que los considere una familia. Tampoco considero que mi primo lo sea, pese a que es lo único que tenía en el mundo antes que a Heidi.

—Pero ahora te tengo y tengo a mi hijo. —murmuro distraídamente.

Al abandonar la computadora, cierro los ojos y muevo la cabeza de un lado a otro para estirar un poco el cuello, el cual me duele por la posición en la que he estado durante varias horas. No he querido molestar a Heidi y a su amiga, pues pronto voy a necesitar que mi esposa me dedique toda su atención en nuestro viaje, el cual haremos pasado mañana. Sin embargo, ya comienzo a sentirme ansioso de no saber qué está haciendo, así que planteo colocar cámaras sin que ella se entere.

Necesito saber de ella todo el tiempo.

Antes de que pueda abandonar mi oficina, me llega una llamada. Es Brooks.

—¿Sí? —contesto al tiempo en que giro en mi silla para ver la pared.

—El señor Langdon me envió a localizarlo —me informa. — Dice que no le responde.

—Dile que no pienso hablar con él hasta llegar a Washington, que me deje en paz — respondo. — Estoy harto de sus reclamos, de sus exigencias. Quiero un maldito día de paz, ¿es posible?

—Pero...

—Haz lo que te ordeno, Brooks, o tal vez termine tu maldito cadáver como el de ese estúpido que quemaste.

—Entiendo, le daré su mensaje — dice antes de colgar.

Cuando me doy la media vuelta en la silla, veo a Heidi frente a mí con el ceño fruncido y los labios apretados. También se cruza de brazos como si intentará protegerse a ella misma.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto molesto.

—Venía a buscarte para que me ayudaras con algo en la computadora que me compraste ayer, pero mejor no.

Obsesión Legal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora