Capítulo 2: Cuentos de niños y un caníbal.

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La luna llena colgaba en el cielo nocturno como un ojo vigilante. Dejaba caer su luz plateada sobre la solitaria playa de Salem. Las olas susurraban secretos antiguos mientras se rompían suavemente contra la orilla. Narraban promesas de magia.

En el centro de la playa, una fogata ardía con una intensidad sobrenatural, sus llamas danzaban y se retrocedían como serpientes de fuego que ascendían y formaban los rostros de un león.

Alrededor de la fogata, un grupo de figuras encapuchadas se movía en una danza frenética y primitiva. Eran las brujas de Salem, un aquelarre reunido en esa noche sagrada para rendir homenaje a fuerzas más allá de la comprensión humana. Sus cantos, en lenguas antiguas y olvidadas, se elevaban en el aire junto al crepitar de las llamas y el rugido del océano.

Las brujas giraban y saltaban, sus movimientos se sincronizaban en una coreografía oscura y mística. Las capas negras que llevaban se agitaban con cada paso, viéndose pequeños destellos de piel pálida y ojos brillantes de emoción. Sus rostros, ocultos en las sombras de las capuchas, no mostraban terror, sino éxtasis.

La líder del aquelarre, una mujer de cabellos plateados y mirada penetrante alzó los brazos hacia el cielo, invocando el poder de la luna y la tierra. Su voz poderosa retumbó entre la hoguera y el mar. Invocó a los espíritus antiguos y llamó a las fuerzas oscuras que habitaban en los rincones más profundos de la noche. Como a la mismísima muerte.

La energía las envolvió al igual que una tensión extraña. Tan fuerte que hizo que incluso las olas parecieran detenerse por un momento. Las brujas, en su frenesí, comenzaron a moverse más rápido, elevaron sus voces en un clímax febril. La fogata creció, sus llamas alcanzaron alturas imposibles.

Y en ese instante, cuando la tensión alcanzó su punto máximo, un trueno rompió el silencio, estallando en la distancia. Las brujas se detuvieron con los ojos fijos en la líder, esperando su siguiente movimiento. Ella bajó los brazos lentamente, con su rostro iluminado por la luz de la hoguera. Una sonrisa enigmática curvó sus labios.

Escudriñó el círculo de brujas que la rodeaban. Autoritaria, preguntó:

—¿Dónde está mi sucesor?

Las demás brujas intercambiaron miradas y luego, como si fueran un solo ser, señalaron hacia el mar. La líder siguió la dirección de sus dedos y vio una figura solitaria sentada en la orilla. Era un hombre joven, de pelo negro y largo, cuyos ojos eran tan oscuros como la noche misma, sin embargo, con la luz de la luna se teñían de plata. Vestía los ropajes negros del aquelarre, pero su postura y expresión lo diferenciaban del resto. Él lo había perdido todo hacía mucho tiempo atrás y, en ese momento sentía esa extraña sensación en el pecho que notó el día que tuvo que huir de palacio. A pesar de que llevaba tiempo siendo parte del aquelarre y sirviendo con su magia, algo lo atormentaba.

La mujer caminó hacia él con decisión, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que la luz de la hoguera dejara de iluminar su torso. El joven mantenía la mirada fija en el horizonte, donde el mar y el cielo se encontraban en una línea infinita.

—¿Por qué te alejas de todos en nuestra noche sagrada? —preguntó la líder. Aunque quiso sonar dulce, no hubo más que un tono autoritario por su parte.

El joven levantó la mirada hacia ella, sus ojos negros eran un reflejo nítido de la profundidad de su tormento interno.

—Siento como si un pedazo de mi alma se hubiera ido en algún momento —admitió en un susurro—. Como si algo esencial dentro de mí se hubiera perdido para siempre.

La líder frunció el ceño, sus ojos buscaron respuestas en su rostro.

—¿Desde cuándo sientes esto? —preguntó. Como una madre acompañando a su hijo por un trance, acarició su cabeza.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora