Capítulo 8: El peón.

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El fuego iluminó a todos los presentes y se alzó sobre las piedras macizas del lugar sagrado. Eiden no retrocedió. El rey elevó sus brazos y con ellos se cubrió a él mismo y a la mujer con la que había contraído matrimonio. Sus ropajes se calcinaron y su piel empezó a quemarse después. Sin embargo, siendo hijo del mismísimo sol, ni las llamas de un dragón conseguían derribarlo del todo. Eiden dio varios pasos al frente, bajo la mirada asombrada de Kate y sus hermanas, las únicas que se habían quedado junto al rey mientras los plebeyos huían despavoridos.

Eiden gritó y junto a la voz humana se unió un rugido que hizo temblar los cimientos de cada casa cercana, incluyendo el palacio y el alma de cualquier criatura viviente. Tan potente como un trueno y poderosa como el chocar de un meteorito al suelo, el cual también empezó a vibrar. Las garras de Eiden salieron rompiendo su piel y sus colmillos mostraron la bestia que se escondía detrás de su apariencia inquebrantable y poderosa.

Los dragones se alzaron furiosos alrededor del rey, pero Kate no tardó en reaccionar. Su traje se rompió y se acortó cuando sus alas de furia se mostraron en la espalda. Su pelo se transformó en serpientes de piedra pintada de verde viscoso, con los ojos tan rojos como los de su dueña. Movió los brazos, cuando ya estuvo a la altura de uno de esos majestuosos animales y formó un arco de luz con flechas repletas de un veneno sin cura habida o por haber.

Las flechas se convertían en serpientes antes de llegar a su destino y éstas se encargaban de traspasar la piel de los reptiles para morder más allá de la capa dura y externa. Envenenaban la sangre de los dragones y de los jinetes que sobre ellos habían iniciado la guerra.

Alice, vio parecer a los inocentes bajo el fuego y con rapidez los protegió bajo su hechizo de agua. El líquido salía del suelo, rocas e inclusive las pocas plantas que había alrededor. Sin embargo, la barrera no era suficiente, así que temiendo por lo que pudiera provocarle a Eiden, lo observó por un segundo y lo hechizó, solo para que sus oídos no escucharan hasta que ella dejase de cantar.

El mundo de Eiden se quedó en silencio unos segundos. Miró a Kate, a Alice entonando notas que no conseguía descifrar, pero que enloquecía a los dragones que intentaban atacar a los aldeanos. Bella caminó a su lado con una tranquilidad aplastante y colocó una mano sobre su hombro. Suspiró hondo, y no por él, sino por sus hermanas, su cuerpo empezó a cambiar al de un hermoso dragón de escamas moradas y ojos tan penetrantes como un zafiro iluminado por la luz del sol. En ese momento de sosiego, fue cuando el rey, consiguió ver al causante de la rebelión. El joven feudal de los dragones del norte. Con rapidez, subió al lomo de Bella y ésta se elevó en el cielo. Eiden le señaló su objetivo y con un movimiento rápido, rodearon al dragón que manejaba. Eiden saltó, sacó las garras y gruñó a la vez. Se encalló con las uñas al dragón contrario y con un zarpazo derribó al jinete.

Los dragones y otros jinetes empezaron a caer del cielo convertidos en piedra. Los ojos de Kate se habían convertidos en dos faros luminosos, potentes y sangrantes. Manchaban su rostro pálido, pero no parecía dolerle. Al contrario. Aquella escena de caos y a la vez justicia le dibujó una sonrisa en sus carnosos labios.

El fuego de Bella ayudaba a su hermana a desubicar al resto de atacantes y luchaba con igual potencia que las fieras que los querían muertos.

Eiden se lanzó del dragón en el que estaba y rodó por el suelo. Sacó la espada de su vestimenta calcinada y la alzó. Escuchó el sonido del filo chocando con la espada del feudal del reino de Rakam y con fuerza, se levantó hasta medir condiciones con él. El joven feudal, sin facultades para caminar, pero con una buena noción de brujería, se mantenía de pie entre el fuego de dragón que lo rodeaba, mas no lo consumía.

—¡Retírate antes de que no te perdone la vida! —le advirtió Eiden. El joven se carcajeó y con rabia volvió a moverse. Eiden tuvo que esquivarlo, agachando la cabeza para que no le rodara de un corte certero.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora