Capítulo 34: Verdades que duelen.

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La culpa es un virus voraz que se extiende por el pecho y te causa insomnio. Kate no había podido salir de su torre, esa que con esmero había transformado en su hogar estando en aquel lugar extraño tan parecido, pero igual al que conocía en el reino de Eiden. Ni siquiera encontró las fuerzas para volver a ver a Zarek. De alguna forma que no comprendía, estar cerca del hermano del rey le aceleraba las pulsaciones y le erizaba la piel. Sin embargo, tenía algo claro y era que ella y sus hermanas no volverían al infierno, pasara lo que pasara. Aun si su instinto le decía que debía de traicionar a Eiden y dejarse llevar por completo por el fuego que la consumía cuando estaba con Raúl, su mente le negaba cualquier sentimiento y le decía que se comportara como una auténtica mujer casada.

Sin embargo, ahí estaba. Esos latidos desbocados cuando pensaba en él, el hormigueo en sus labios, el temblor en su cuerpo, el calor en su entrepierna. Acostada en la cama de la torre, levantó la mano y observó el anillo que llevaba. Quizá podría calmar sus ansias si se acostaba con alguien más.

No obstante, sabía que algo iba mal. Eiden le había dejado portales para ir con él y por algún motivo, al intentarlo, esos portales que rompían con el espacio tiempo y que la llevaban del Dolwill contemporáneo al medievo, no funcionaban. Se preguntó, para sus adentros, si el rey se había enterado solo de lo que había pasado con Zarek.

***

Un niño pequeño que paseaba con su madre, se quedó mirando a Eiden hacia arriba con la boca abierta.

—Mira, mamá, ¡un guerrero medieval! —gritó el pequeño.

—Debe haber alguna fiesta hoy —respondió la señora—. ¿Se haría una foto con mi hijo, señor?

—¿Una qué? —Eiden arqueó una ceja e ignoró a la mujer tras ver a Alexa saliendo de una tienda de hierbas y otros productos de hechicería.

—La salvia huele delicioso, ¿no? —Se lo dio a oler a Raúl que iba en su hombro y éste estornudó—. ¡Exagerado! Jason necesita un poco de esto para poder recuperarse.

Alexa siguió su camino hasta que tropezó sin querer con una anciana a la cual se le cayeron varias manzanas rojas de un cesto.

—¡Ay, perdone! —se disculpó la bruja. Se agachó para recoger las manzanas e incluso Raúl las empujó con el morro por el suelo.

—Ay, muchas gracias querida —agradeció la señora. De repente, se quejó del tobillo—. Oh, creo que me fracturé.

—Lo siento tanto. —Raúl se quedó quieto, levantó la cabeza de la manzana y se fijó en la señora. Sin embargo, la confiada de Alexa no dudo en querer ayudarla—. Soy curandera, ¿quiere venir a casa e intento que no le duela el tobillo?

—¿Harías tanto por una anciana indefensa?

—¡Claro! —Alexa dejó que se apoyara de ella—. Así, poco a poco.

Raúl caminó un poco y se quedó quieto, ladeó la cabeza mirando a la mujer. Alexa lo observó un momento y suspiró.

—No empieces con tus recelos y por favor, termina tú la compra —le pidió. Raúl se quedó quieto y se sentó en el suelo, viendo cómo las dos iban a casa de Alexa.

—Tienes un hurón muy mono —comentó la mujer.

—Y desconfiado a la vez.

Llegaron a la casa.

—Que casa tan acogedora, hija.

—¡Muchas gracias! —Alexa sonrió con amabilidad—. Iré a por las sales y algún que otro sahumerio para curarla.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora