Capítulo 42: El incendio.

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Nox era un niño feliz, con los ojos más cristalinos y puros que su alma. Siempre traía una sonrisa en el rostro y su amor por los animales y la naturaleza lo distinguía de cualquiera en el pueblo. Todos acostumbraban a matar al ganado para alimentarse, pero él prefería recolectar almendras o frutos antes de probar un pedazo de carne de algo que en algún momento, tuvo vida.

Sus ideales no se rompían, como tampoco su ansia por vivir. Corría por los prados, subía a los árboles y disfrutaba del cielo acostado en el techo de su casa. Le gustaba hacerlo y extendía su pequeña mano para simular que podía tocar las nubes. Tan cerca del cielo y tan lejos a la vez. Nunca se sentía solo, y en el fondo sabía que su fe no se equivocaba cuando le rezaba cada noche al arcángel Gabriel para que guiara sus pasos. Y así era. Él lo acompañaba en los momentos felices, pero, sobre todo, en los complicados. Como cuando veía a Naminé actuar extraño.

Ayudaba a su padre con las tareas y asistía a clases sin rechistar, ignorando el bullying que los niños le daban por verse con los ojos tan irreales como preciosos. A veces, los había soñado de azul y rojo, aunque esos sueños los aparcó, creyendo que solo eran eso.

Simulaba volar como los pájaros, subido en su bicicleta y extendiendo los brazos para que el viento le elevara la chaqueta y creerse completamente libre, a pesar de que nadie lo fuera en el mundo. Cerraba los ojos y mientras el viento elevaba su cabello negro, su sonrisa se agrandaba hasta marcarle los hoyuelos.

Atendía los cuentos y las historias que enmarcaban el aura oscura de Dolwill y atesoraba muy bien cada lección. Los demonios eran malos, ¿verdad? Por eso rezaba cada noche y se iba a dormir temprano cuando las campanas sonaban alertando del toque de queda, aunque el pequeño había notado el crecimiento anormal de su hermana Naminé y que los días y las noches pasaban diferentes para cada persona. Se hizo preguntas, muchísimas, pero siempre le respondían lo mismo: la luna elige.

Ayudaba a su padre, a su madre, los amaba y se los hacía saber. Era un niño tan amoroso como respetable y sarcástico. En el colegio aseguraban que su inteligencia llegaba más allá que otros niños de su curso. Sin embargo, lo que más amaba Nox, era jugar con su hermana. Picarla como lo hace cualquier hermano pequeño y compartir ratos con ella, pero desde hacía unas semanas, era imposible. Desde que había crecido de un día a otro como si de un mal sueño se tratara. Y ella, Naminé, tenía recuerdos de alguna vida pasada en la que había hecho toda esa noción de vida que, por los ojos de su hermano, no existía.

—¿Recuerdas cuando cumpliste diecisiete? —le preguntó Nox. Ella asintió—. Pues yo no.

—Supongo que eras muy pequeño.

—En algún momento nos quitábamos solo unos pocos años.

—¡No digas tonterías! —se mofó su hermana—. Siempre has sido mi pequeñín.

Sin embargo, en un momento dado, la joven si disoció. Miró a un punto fijo del bosque y sus ojos se elevaron hacia la luna llena que poco a poco se elevaba por el horizonte.

—¿Nami? —preguntó Nox. Ella estaba en trance. Preocupado, pasó su mano por delante del rostro—. Nami, me estás asustando.

Ella no reaccionaba, pero cuando lo hizo, observó a su hermano con las pupilas dilatadas como las de un gato. Pestañeó y volvieron a la normalidad.

—Hoy tenemos que dormir temprano —le dijo la mayor con una sonrisa aparentemente dulce—. Mañana será un día precioso.

—¿Qué hay mañana? —preguntó Nox.

—Ya lo verás —aseguró Nami y le acarició la cabeza—. ¿Sabes que solo busco que seas feliz? —Nox asintió—. Pues eso vas a tener, felicidad plena. Junto a papá y mamá.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora