Capítulo 3: El familiar.

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La lluvia caía formando cortinas gruesas de ensoñaciones viejas entre la gente del pueblo. Cada gota, sonaba como un tamborilero constante sobre tejados de paja y las calles empedradas. Una niebla espesa se alzaba del suelo, envolviendo el pueblo en un manto gris y decadente que parecía devorar la luz del día.

Dolwill siempre había sido un lugar de secretos, un refugio para aquellos que entendían y practicaban las artes oscuras. Incluso para los que eran fruto de ellas. Los árboles que rodeaban al pueblo se erguían altos y antiguos. Las ramas entrelazadas hacían un dosel natural que mantenía la oscuridad aún en los días más soleados. Sin embargo, bajo la niebla, Dolwill parecía más inquietante que nunca. La energía se sentía, vibraba. Una vibración enigmática que hacía temblar los huesos.

Los habitantes del pueblo, sabiendo lo que significaba, se apresuraron para cerrar puertas y ventanas, encender algún sahumerio e incluso dejar que la luz de una vela les diera una mínima protección al llamar con ellos a los ángeles que los cuidaban. Todo era poco para protegerse sobre fuerzas malignas que se habían instalado por décadas en un pueblo al que solo se podía acceder cuando el velo entre la vida y la muerte se rompía.

En el centro de Dolwill, donde se alzaba una antigua fuente de piedra, las gotas de lluvía caían pesadas en el agua estancada, creando pequeños círculos concéntricos que se expandían y desaparecían en la superficie. Las mismas ondas que fueron acariciadas por una mano cubierta de cicatrices.

La niebla era tan densa que apenas se podía ver a unos pocos metros de distancia, y las sombras se paseaban felizmente bajo los límites de la visión, aunque para él, era fácil observarlas. Era un hombre, cubierto por una capa empapada, que caminaba por las calles desiertas. Sus botas hacían retumbar cada paso en el ambiente, sobre todo cuando rompían las piedras que pisaba.

—¡Oh, Dios! —el alarido de una mujer entretuvo los pensamientos del hombre que rompía el silencio sepulcral al que solo se atrevían a amenizar las gotas de lluvia. Al darse la vuelta encontró una joven de cabello teñido de rojo y ondulado que empapado le caía por el rostro a la vez que se agachaba para recoger una cesta de alimentos del suelo.

—¿Necesitas ayuda? —El temor en la joven pudo observarse al mirarlo con los ojos saltones y más brillantes que el agua que se reflejaba en el suelo. Recogió del suelo el paraguas rojo que había dejado caer al resbalarse y dio unos pasos atrás.

—Sé que tendría que estar en casa y qué clase de seres merodean cuando la bruma cubre el pueblo —comentó la joven. Elevó el mentón como muestra de un atrevimiento que no poseía en realidad y fingió que las piernas no le temblaban al percatarse de la cicatriz que partía el rostro del hombre.

—También deberías saber que irte sola es más peligroso que dejar que te ayude. —Antes de que pudiera negarse, se agachó para recoger la fruta. Observó la manzana roja que, con las gotas que la cubrían, se veía cuanto más apetecible de lo que ya era. La joven solo pudo sostener el aliento cuando lo vio morderla y observó dos caninos afilados como los de un felino.

—¿Qué eres? —le preguntó. Aguantó la respiración por un momento y dio un paso hacia él. No parecía un demonio, sin embargo, tampoco alguien de quien confiar—. Eres nuevo por aquí, ¿verdad?

—Vienes del bosque —le respondió, sin ser una pregunta, sino una afirmación—. En él lloraste, ¿no es cierto?

La joven miró al suelo. Había presenciado algo horrible en aquel bosque cuando había ido a visitar a su abuela. Aquella que la había criado y que le había regalado los mejores recuerdos de su vida, y que, sabía, que no podía volver a ver nunca más.

El hombre frente a ella no lo había presenciado, no sabía qué había pasado, eso creía. No comprendía por qué lo estaba nombrando si ni siquiera estaba allí. Con una mano sobre su hombro, el ser de rostro felino y oscuro a la vez, formó una suave y lenta sonrisa ladeada en su boca y le susurro a baja voz. Tan baja, que solo el aliento pudo sentirse en el oído de la joven.

Dolwill: El peón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora