—Las cosas se están complicando, señor —dijo el consejero real, mientras Eiden era capaz de escuchar los gritos de la multitud furiosa que pretendía entrar a palacio. Sin embargo, los soldados les impedían el paso y no dudaban en usar la fuerza bruta, aunque hubiera bajas.
—No he podido convencer a mi hermano para que venga, ni siquiera matando a sus jodidas brujas —gruñó el rey—. Dame los informes de hoy.
Eiden se alejó de la ventana y caminó hacia la puerta de su habitación, donde gritó a pleno pulmón.
—¡Sacad las gárgolas! —Así lo hicieron y los gritos de los plebeyos inundaron los oídos de Eiden. El consejero real, tragó saliva y con las manos temblorosas, desenroscó el papiro que traía en las manos, sellado con cera de vela.
—El reino de Hawan ha presentado perdidas en su territorio. La vegetación se muere y la oscuridad está matando a los animales de los que se alimentan. Los lobos no pueden abastecerse, por lo que han iniciado una guerra con las aldeas colindantes. La reina está desesperada. Respecto al reino de Rakam... —La pausa del consejero tensó el cuerpo de Eiden. Los dragones no eran de fiar.
—¿Qué pasa con ellos?
—Los reyes de Rakam han anunciado que vendrán para aquí si no consigue que sus tierras dejen de morir. La magia insondable se está marchando, mi rey. La nada asusta a todo el mundo. Los mares se tiñen de negro desde el este hasta el oeste. Humanos quedan pocos, mueren como si el mismísimo aire fuera veneno.
Eiden elevó la mano para que callara. No era capaz de escuchar por más tiempo.
—Retírate y reúne al consejo.
—Sí, señor.
Eiden se vistió con los ropajes propios para la tensión que se respiraba en el reino. Se puso por encima la capa con melena de león que le caracterizaba y con sus ojos naranja y brillantes como el mismísimo sol que daba vida a sus aterradoras bestias de piedra, se colocó una armadura con las fauces de un león grabado en el metal. Antes de llegar a la sala de reuniones, se detuvo un instante junto a una bola de cuarzo que flotaba en uno de los estantes de su habitación. Movió las manos a su alrededor y pudo observar el mapa de su reino tiñéndose de negro tan rápidamente como su respiración. Un gruñido escapó de su pecho y cerró tan fuerte la boca, que sus colmillos felinos se clavaron en el labio inferior. Se lamió la sangre, como un gato intentando curar sus heridas y sin esperar ni un segundo, llevó sus pasos hacia la sala donde lo esperaban.
Sentado, observó a todos los consejeros reales que lo acompañaban. Pudo escuchar muchas opiniones a su alrededor, pero sus oídos solo podían escuchar sus propios latidos esparcirse junto al desesperado de la situación.
—Lo cierto es, que el rey no tiene suficiente magia para contener a La nada —anunció el comandante Selver. Eiden levantó la mirada lentamente hacia él y las gárgolas que permanecían quietas a cada extremo de la habitación, gruñeron como sus adentros. Los ojos de los animales hechos con piedras se iluminaron con el mismo color de los ojos brillantes de Eiden y el hombre comprendió, que debía permanecer en silencio.
—Soy igual de capaz que mi hermano de contener a La nada —gruñó—. Pero no me dejáis la opción de intentarlo.
—Señor, lo cierto es que esta crisis no pasó nunca —siguió el consejero real—. Siempre ha habido un rey hechicero que ha contenido a la perfección la oscuridad. Ahora nos está ganando terreno, y como un agujero negro, a cada centímetro que borra nuestro mundo, se hace más grande. Si tan solo el príncipe Zarek...
—¡Él es un traidor a la corona! —gritó Eiden. Con el puño golpeó la mesa de piedra que los reunía y observó cómo se rompía por la mitad sin llegar a caerse—. No quiero volver a escuchar que mi hermano es superior a mí. Al próximo que abra la boca le corto la maldita cabeza. Dadme soluciones.
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Dolwill: El peón.
FantasyDolwill es un pueblo maldito, concebido para esconder seres sobrenaturales. Entre la realidad y un mundo medieval, la vida y la muerte luchan como si se tratara de una partida de ajedrez. Dos hermanos, herederos al trono, enfrentados por los asesina...